La gente vive más que nunca. Esto, como señalé recientemente, crea tanto oportunidades como desafíos, pero posponer la muerte solo es una parte de la historia demográfica. La otra es la disminución de los nacimientos. La combinación de ambas está provocando enormes cambios en el mundo que habitamos.
La noción de “transición demográfica” tiene casi un siglo de antigüedad. Las sociedades humanas solían tener poblaciones más o menos estables, con una alta mortalidad acompañada de una alta tasa de natalidad. En Inglaterra y Gales, en los siglos XVIII y XIX, las tasas de mortalidad se desplomaron, pero la tasa de natalidad no. El resultado fue una explosión demográfica, hasta que, finalmente, las tasas de natalidad también se desplomaron.
A medida que se extendieron los beneficios del crecimiento económico y los avances en la medicina y la salud pública, la mayor parte del mundo ha seguido una transición similar, pero mucho más rápida. Como resultado, el número de seres humanos se cuadruplicó en los últimos cien años, de 2 mil millones a 8 mil millones; sin embargo, con el tiempo, la tasa de natalidad siguió a la de mortalidad. El resultado es el desplome de las tasas de natalidad (nacimientos por mujer) en la mayor parte del mundo.
Según un estudio publicado en The Lancet, “la tasa de natalidad está disminuyendo a escala mundial, con tasas en más de la mitad de todos los países y territorios en 2021 por debajo del nivel de reemplazo”. Para el mundo en su conjunto, la tasa de natalidad fue de 2.3 en 2021, apenas por encima del reemplazo, frente a 4.7 en 1960. Para los países de altos ingresos, fue de apenas 1.6, frente a 3 en 1960. En general, los países pobres todavía tienen tasas más altas que los más ricos, pero también han ido cayendo.
¿Qué explica este colapso de las tasas de natalidad? Una parte importante de la respuesta es la maravillosa sorpresa de que sobrevivieron más niños de lo que se esperaba (o deseaba). Entonces, la gente empezó a practicar diversas formas para el control de la natalidad, contrariamente a lo que había predicho Thomas Malthus; sin embargo, el deseo de tener muchos hijos también se redujo. Esto, para sorpresa de todos, ocurrió a pesar de las ideologías de género reaccionarias. En el país de Irán de los mulás, por ejemplo, la tasa de natalidad se desplomó de 6.6 en 1980 a 1.7 en 2021.
Una importante razón de este cambio fue que, para sus padres, los hijos pasaron de ser un activo productivo valioso a un bien de consumo costoso. Como argumentó el fallecido Gary Becker, la gente llegó a desear unos pocos hijos de alta calidad (y con muy buena educación), en lugar de tener muchos.
Esto en parte se debe a que éste era el tipo de trabajador que la economía recompensaba, pero la educación prolongada hace que los hijos sean caros, tanto en tiempo como en dinero. Además, la participación femenina en la economía aumentó dramáticamente en el siglo XX, incluso en carreras altamente calificadas. Eso elevó el “costo de oportunidad” de tener hijos, sobre todo para las madres, que son los progenitores más comprometidos con la paternidad o maternidad. Entonces, se tardan más en tener hijos o incluso no tienen.
En “The Economics of Fertility: A New Era” (La economía de la natalidad: una nueva era), una excelente encuesta publicada por la Oficina Nacional de Investigación Económica en 2022, los autores argumentaron que cuando el cuidado infantil público es más generoso, se anima a las mujeres a combinar sus carreras profesionales con tener hijos. Se plantea que la ausencia de este tipo de asistencia nos ayuda a explicar las tasas de natalidad excepcionalmente bajas en gran parte del este de Asia y el sur de Europa, donde el apoyo a los padres es limitado; sin embargo, esto ya no está tan claro: las tasas de natalidad recién cayeron muy por debajo del nivel de reemplazo, incluso en los estados nórdicos con ayuda social.
Este cambio global hacia una tasa de natalidad muy baja, con la excepción (hasta ahora) del África subsahariana, es uno de los acontecimientos más importantes de nuestro mundo. Una implicación es que se prevé que la población de África será mayor que la de todos los países de altos ingresos actuales, más China, para 2060. Otra es que las conocidas pirámides de población, con las mayores cifras en las edades más jóvenes, se están invirtiendo. En Corea del Sur, por ejemplo, los hombres de entre 50 y 54 años representan 4.3 por ciento de la población, mientras que los de 0 a 4 años representan apenas 1.5 por ciento de la misma. Cambios similares ocurren en otros lugares, sobre todo en China e incluso, aunque a un ritmo más lento, en India.
Una tasa de natalidad extremadamente baja creará enormes desafíos. Una es cómo mantener los sistemas de pensiones o de salud a medida que la población en edad de trabajar se reduzca drásticamente. De hecho, una respuesta será una vida laboral mucho más larga. Otra puede ser la inmigración, pero la inmigración necesaria para estabilizar las poblaciones en sociedades de baja natalidad, y no decir de las de tasas de natalidad ultrabajas, será enorme y, como tal, será política e incluso prácticamente imposible.
Más allá de estas cuestiones, está el tema de si la escasez de jóvenes privará de forma inevitable a una economía de la toma de riesgos de la que ha dependido el progreso. Al mismo tiempo, una población cada vez menor ayudará a largo plazo a volver a equilibrar las demandas humanas con la capacidad de carga del planeta y la salud de las otras especies con las que lo compartimos.
Por último, pero no por eso menos importante, ¿cuáles son las políticas pertinentes? La capacidad de las sociedades para aumentar las tasas de natalidad es limitada, sobre todo porque tendrán que influir en el comportamiento de los jóvenes con un alto nivel educativo y con éxito, algo muy difícil de conseguir; sin embargo, las sociedades sí tienen interés en los niños y en su propio futuro. Ayudar a las personas a tener los hijos que desean de forma que encajen con sus propios planes debe convertirse en un objetivo de la política.
Es esencial, en este mundo moderno, ayudar a los padres, sobre todo a las mujeres, a compaginar la carrera profesional con los hijos. Parece claro que muchos no sacrificarán la independencia de lo primero por la carga de lo segundo, por grandes que sean los placeres que puedan aportar los hijos. En términos más generales, muchas políticas deben reconsiderarse: en una sociedad que envejece, por ejemplo, habrá más hogares y, por tanto, una necesidad de viviendas mucho más grande.
Estos cambios demográficos son profundos. Nos gusten o no, están transformando nuestro mundo y debemos responder en consecuencia.