Poder y precios, igual de relevantes en la economía

El gran triunfo de Joe Biden es que mostró a EU y al mundo que ambos factores son importantes para enfrentar retos como el dumping chino, el monopolio de empresas tecnológicas y las crisis financieras

La política comercial del mandatario puso fin a la era de la globalización del laissez-faire. AP
Rana Foroohar
Nueva York /

Joe Biden puede ser un presidente de un solo mandato, pero su administración cambió la economía política global de maneras que seguirán resonando mucho tiempo después de que se haya ido. En particular, su política comercial puso fin a la era de la globalización del laissez-faire, que se inclinaba a favorecer los intereses irrestrictos de las grandes corporaciones y los actores estatales, y marcó el comienzo de una era posneoliberal en la que la fuerza laboral, los recursos naturales y los efectos que distorsionan el mercado de la concentración del poder vuelven a ser preocupaciones importantes para los responsables de la formulación de políticas.

A los críticos les gusta retratar este cambio como una especie de desviación absurda de las normas económicas. Sin duda es un cambio respecto al enfoque de goteo hacia abajo, en el que el mercado es el que sabe, del último medio siglo. Pero la postura de Biden en realidad lleva a Estados Unidos de regreso a los primeros principios del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial durante el cual se establecieron las instituciones de Bretton Woods. En aquel entonces, los dirigentes estadunidenses intentaron, y solo lo lograron de forma parcial, diseñar un enfoque poscolonial y centrado en los trabajadores para el comercio, que se parece mucho a lo que la Casa Blanca de Biden ha intentado resucitar con toda razón.

Consideremos las propuestas originales del Departamento de Estado de 1945 sobre el comercio mundial y el empleo. Argumentaban contra las restricciones gubernamentales sobre el comercio, pero también reconocían el poder de los actores privados para distorsionar el sistema, así como la necesidad de que los Estados garanticen la regularidad en la producción de bienes críticos y aseguren el empleo en el país.

“La producción plena y regular en el país, con una mayor participación en el comercio mundial, es el mayor beneficio que cualquier pueblo puede otorgar a los productores de todo el mundo”, declaró el Departamento de Estado. “Sin embargo, es importante que las naciones no busquen obtener el pleno empleo para sí mismas exportando desempleo a sus vecinos”.

Las preocupaciones que los estados europeos tenían entre sí en la década de 1930 son análogas a las que muchos países tienen en la actualidad sobre la exportación de China de sus propios problemas de empleo y sobreproducción al resto del mundo.

Por eso, las propuestas de EU reconocían que “ningún gobierno está listo para adoptar el ‘libre comercio’ en sentido absoluto… el comercio también puede verse restringido por intereses comerciales con el fin de obtener la ventaja injusta del monopolio… las empresas se han unido para restringir la competencia… estas prácticas destruyen la competencia justa y el comercio justo, perjudican a las empresas nuevas y pequeñas y suponen un gravamen injusto para los consumidores. En ocasiones pueden ser incluso más destructivas para el comercio mundial que las restricciones impuestas por los gobiernos”.

Esto suena muy parecido a las teorías de la administración Biden sobre la política antimonopolio y de competencia, que encajan perfecto con su política comercial. El problema de la economía global actual no son las barreras arancelarias, sino la concentración de poder, ya sea en Estados (como China) o en empresas (en empacadoras de carne o plataformas tecnológicas gigantes). Construir múltiples nodos de producción y consumo a escala mundial y garantizar altos estándares laborales y ambientales requiere una restricción pública del poder indebido, sin importar de dónde provenga.

Por desgracia, la estrategia inicial respecto de las instituciones de Bretton Woods se diluyó por los intereses empresariales estadunidenses en el periodo previo a la creación del GATT (más tarde la OMC), y se erosionó aún más en los 70 con el giro hacia la noción de la Escuela de Chicago de que el precio, no el poder, es lo que importa en una economía.

Un informe del Instituto Roosevelt sobre el legado de la agenda económica y comercial de Biden, que se publicará esta semana, resume este giro con una cita del economista y ex secretario del Tesoro de EU, Lawrence Summers: “Una mayor apertura al comercio hace que un país sea más rico de lo que sería de otro modo y hace que sus trabajadores estén en mejores condiciones de las que estarían… ¿Por qué nadie puede contar la historia de la Navidad sin importaciones? ¿Y si tuviéramos que tener… muñecas Barbie a un precio cuatro veces superior al actual?”.

Todo esto es cierto, pero el problema del día no es la escasez de muñecas Barbie, ni de ningún tipo de artículo de consumo desechable. Es que más cosas baratas en los rellenos sanitarios no compensaron el hecho de que los salarios en muchos países no han seguido el ritmo del costo de ser de clase media. Tampoco crearon la regularidad en la producción y el empleo a escala nacional que se requiere para una economía o una democracia estables.

El gran triunfo de la administración Biden es que volvió a despertar a EU y al mundo a la comprensión de que existe poder en la economía política, y todos los retos actuales (el dumping del acero y el aluminio chinos, el monopolio de las grandes firmas de tecnología, las crisis financieras, las disrupciones en la cadena de suministro y la evolución de la inteligencia artificial) requerirán un enfoque que ponga el poder, no solo el precio, en el centro de la creación de mercados.

Me anima el hecho de que los ganadores del premio Nobel de Economía más reciente, Simon Johnson, Daron Acemoglu y James Robinson, tengan un conjunto de trabajos que argumentan justo eso. En un reciente webcast del CEPR, Johnson señala que la visión “poscolonial” propuesta por la administración Biden, centrada en las personas y el planeta, no solo en el precio, es lo que el sistema de Bretton Woods pretendía ofrecer antes de que fuera secuestrado por poderosos intereses estatales y corporativos.

Es un punto que vale la pena recordar mientras buscamos reinventar estas instituciones y reformar el comercio global.


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