“Reino Unido tiene algunas de las desigualdades regionales más altas de cualquier país avanzado. Son mayores que las que existen entre este y oeste de Alemania y norte y sur de Italia. Las nuevas tecnologías, la competencia global, la pérdida de antiguas industrias —y la falta de apoyo a las nuevas— impulsaron esa división”.
Así comienza el informe “¿Por qué no ha funcionado la política regional británica?”, que se publicó la semana pasada. Coescrito por Ed Balls, ex canciller laborista en la sombra, es el segundo de una serie. En el anterior, que se publicó en marzo, se examinan los fracasos de la política regional de Reino Unido. En éste se pregunta a los principales responsables de la formulación de políticas, incluidos tres primeros ministros (John Major, Tony Blair y Gordon Brown), qué lecciones extraen de ellos.
Estas son las principales conclusiones: las crecientes divisiones regionales no son inevitables, pero corregirlas es difícil; segundo, “las políticas anteriores para hacer crecer las economías regionales de Reino Unido tenían un sesgo geográfico y no eran suficientemente ambiciosas”; tercero, el gobierno dependió demasiado de los enfoques centralizados para lograr un crecimiento más equilibrado en Inglaterra; cuarto, la inestabilidad de las políticas condujo al cortoplacismo y a resultados perjudiciales; quinto , es necesaria una voluntad política sostenida al más alto nivel y al liderazgo para superar las tendencias centralizadoras de Whitehall y dar poder a los gobiernos locales; sexto, el apoyo actual de todos los partidos al modelo de “autoridad combinada”, en el que los gobiernos locales trabajan juntos dentro de las ciudades-región puede producir un consenso viable.
Pero persisten grandes puntos de desacuerdo. Por ejemplo, ¿cuáles deben ser las principales palancas del crecimiento en las regiones inglesas y cuál es el nivel adecuado de toma de decisiones? ¿Hasta qué punto debe ser Whitehall quien impulse una reforma integral de la administración local? Por último, ¿cómo debe financiarse la reactivación regional? ¿Cómo equilibrar los argumentos a favor de una mayor autonomía y responsabilidad fiscal local?
Lo más sorprendente de estas conclusiones es la precisión con la que revelan las principales debilidades de la gobernanza y la economía en Reino Unido.
No es de extrañar. Como argumenté en columnas anteriores sobre este tema, las extremas divergencias regionales en productividad son consecuencia tanto de potentes fuerzas económicas, en particular la desindustrialización y el ascenso de Londres como centro financiero mundial, como de fallas en la política. Estas últimas reflejan una combinación de exceso de centralización, adicción a los trucos políticos, una miopía demasiado conocida y la esperanza de que la economía, abandonada en gran medida a sí misma, resuelva los problemas por sí sola.
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Por desgracia, resulta que no. La gran desindustrialización de la era Thatcher no condujo al florecimiento de miles de nuevas flores económicas en todo el país. Por el contrario, condujo a la concentración excesiva de una actividad económica en una parte del país. Peor aún, ese árbol alguna vez tan frondoso ya no es lo que era. Londres es rica, pero ya no es tan dinámica como antes.
Lo que este informe identifica es algo más grande que los problemas económicos regionales. Identifica debilidades fundamentales y generalizadas en economía, gobernanza y política británica.
Teniendo esto en cuenta, es difícil creer que los fallos profundamente arraigados que se identifican en este informe y en otros, en particular el propio documento técnico de nivelación del gobierno, serán abordados por cualquier gobierno. Algunos incluso argumentan que es imposible hacerlo: la divergencia regional es inevitable. En su lugar, deberíamos ser aún más implacablemente laissez-faire y animar a la gente a emigrar al sur.
Al tener en cuenta que Londres y el sureste representan solo 27 por ciento de la población, eso es evidentemente imposible.
Es necesaria una mayor prosperidad en todo el país. Por tanto, la política regional no debe considerarse como algo aparte, sino como el centro de cualquier estrategia sensata de crecimiento, que debe ser simultáneamente nacional y regional. Esto se ha convertido en un reto político, institucional y económico de primer orden.
Sin embargo, lo que extraigo de los lamentos por los fracasos del pasado es lo difícil que será la tarea. ¿Reino Unido será capaz de remediar las fallas que condujeron a enormes desigualdades regionales y a un bajo crecimiento? Por desgracia, lo dudo.