La prioridad de la COP27 de Sharm el-Sheikh es garantizar la continuidad de la vida en este planeta tal como la conocemos; sin embargo, algunos sostienen que el objetivo de limitar el aumento de las temperaturas por encima de los niveles preindustriales a 1.5 grados centígrados recomendado debe declararse muerto: ya no es realista.
Adaptar nuestros objetivos a nuestros fracasos es una derrota. Si no conseguimos reducir las emisiones más rápido, tendremos que gastar mucho más en la adaptación. También tendremos que descubrir formas de eliminar grandes cantidades de carbono de la atmósfera. Es posible que incluso tengamos que adoptar la arriesgada opción de la geoingeniería. Es cierto que al final algo, tal vez incluso mucho, de todo esto puede ser ineludible. De hecho, la adaptación ya lo es, como demuestra el desastre de las inundaciones de Pakistán; sin embargo, debemos dejar de emitir gases de efecto invernadero a la atmósfera. Esto aún es una prioridad.
Una vez más, hay quienes sostienen que los que han hecho un uso gratuito del vertedero global de carbono hasta por dos siglos deben compensar a los que no lo han hecho. La disparidad de las emisiones acumuladas por habitante es marcada; no obstante, de nuevo, desviar la atención de las prioridades de hoy hacia la compensación de las injusticias del pasado no conducirá a la acción, sino a interminables e improductivas disputas.
Entonces, ¿qué debe ocurrir si tenemos la esperanza de estar tan siquiera cerca del techo de temperatura acordado? La Comisión de Transiciones Energéticas presenta un panorama que da que pensar: para 2030, las emisiones anuales de CO₂ deben ser 22 gigatoneladas inferiores a las que se producirán si se mantuviera las cosas en su estado actual; solo alrededor de 40 por ciento de este déficit está cubierto por compromisos (dudosos); los avances hacia la adopción de nuevos acuerdos de cero neto y su incorporación a la legislación se desaceleraron, y las probables emisiones acumuladas de China, India y los países de altos ingresos durante el próximo medio siglo van a agotar por mucho el presupuesto mundial de carbono que queda, algo que vuelve ineludible la eliminación de carbono a gran escala.
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En resumen, es probable que fracasemos. La mayor dificultad de todas radica en los países emergentes y en desarrollo. ¿Cómo combinar el desarrollo que necesitan sus poblaciones con la contención y, en última instancia, la eliminación de las emisiones de gases de efecto invernadero? Resolver ese reto no es una condición suficiente para el éxito global, pero sin duda es una condición necesaria.
En los países de altos ingresos y en China, el reto, aunque enorme, es de carácter político y de políticas. En los países en vías de desarrollo el desafío también es de acceso a la tecnología y al financiamiento. Esto se discute en el informe de la Comisión de Transiciones Energéticas. También se expone a detalle en otro reporte que procede de un grupo de expertos de alto nivel.
El problema es claro. Tenemos un reto global que solo puede resolverse con enormes inversiones, en especial en nuevos sistemas de energía, pero nuestros mercados de capitales están fragmentados por el riesgo país. La única solución es que los países ricos suscriban una parte sustancial de ese riesgo proporcionando financiamiento en condiciones favorables, tanto de forma bilateral como multilateral, promoviendo así los flujos de capital privado que se necesitan.
Para lograr la transformación necesaria en los países emergentes y en desarrollo, debe haber una enorme aceleración de la inversión, un aumento paralelo del financiamiento privado externo, un papel renovado y más importante de los bancos multilaterales de desarrollo, duplicar el financiamiento en condiciones favorables de los países de altos ingresos para 2025 respecto a 2019 y formas imaginativas de administrar los problemas de deuda de los países en desarrollo. En números redondos, el mundo necesitará movilizar 1 billón de dólares al año en financiamiento externo para los países vulnerables, aparte de China. No se trata de los 100 mil millones de dólares anuales que prometieron las naciones de altos ingresos y que hasta ahora no han cumplido. Se trata de algo mucho más grande que eso.
Sin todo esto, los objetivos establecidos en el acuerdo de París y el pacto de Glasgow no se alcanzarán. Algunos en el grupo de ingresos altos, asustados por estas sumas, pueden tener la esperanza de que estos países gasten menos y crezcan menos. Pero, aparte de ser inadmisible, esto significa seguir creciendo por la senda destructiva actual de altas emisiones y deforestación a gran escala.
Las necesidades son enormes. Los países emergentes y en vías de desarrollo, aparte de China, tendrán que gastar 4.1 por ciento del PIB en una estrategia de inversión “a gran escala” en infraestructuras sustentables para 2025 y luego 6.5 por ciento en 2030, en comparación con 2.2 por ciento en 2019. Esto exigirá reformas políticas radicales, en especial la eliminación de subsidios que causan distorsión a los combustibles fósiles y fijar un precio al carbono. Una forma de lograrlo puede ser mantener los precios nacionales de los combustibles fósiles al alto nivel de la actualidad mientras y cuando los precios mundiales caen. Se espera que una parte sustancial del financiamiento adicional necesario, quizás hasta la mitad, provenga de recursos nacionales, pero una gran parte debe ser de fuentes externas, a través de asociaciones públicas y privadas.
Tan pronto como todo esto se exponga, es probable que la gente llegue a la conclusión de que no es realista. No lo es. La mayor parte del financiamiento externo adicional procederá del sector privado y de un uso más imaginativo de los balances de los bancos multilaterales de desarrollo. El grupo de alto nivel recomienda que el capital bilateral anual en condiciones favorables para el clima aumente en 30 mil mdd para 2025. Pero esto representará apenas 0.05 por ciento del PIB de todos los países ricos.
Nadie puede argumentar que esto es inasequible. Más bien, lo que es prohibitivo es no hacerlo. Estamos obligados a luchar en una guerra que tenemos que ganar. No podemos permitirnos, ni práctica ni moralmente, dejar un mundo con un clima desestabilizado para el futuro. No debemos rendirnos sin intentarlo. En la COP27 debemos hacerlo, en serio.