Lo primero que hago cuando aparece Stephanie Kelton en la pantalla de la computadora de mi casa es decirle lo emocionada que está toda mi familia por conocerla. Lo segundo que hago es ver cómo mis dos hijas asoman sus cabezas para corregirme.
Se emocionaron cuando les anuncié que tendríamos un invitado misterioso para el almuerzo, pero solo porque esperaban que fuera Billie Eilish, la estrella de música pop. “Qué gran decepción”, dice Kelton. “Desearía que fuera Billie Eilish”.
Kelton, una economista de 50 años de edad, se comunica por FaceTime a una habitación que hasta hace un mes no tenía un propósito. Entonces, el estado de Maryland, donde vivo, cerró sus escuelas, y ahora la habitación tiene una mesa de juegos con una computadora de escritorio para mis cuatro hijos.
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De su lado, Kelton se encuentra en una oficina en casa en Setauket, Nueva York, a medio camino de Long Island, cerca de donde enseña en la Stony Brook University. Sus manos cargan una taza de cerámica de té.
Más que nadie, Kelton es responsable de popularizar la teoría monetaria moderna, la idea de que si un gobierno está a cargo de su propia moneda, ninguna regla presupuestaria inherente le impide gastar más de lo que grava.
Ella está teniendo un momento propio de Eilish ahora. Cuando la gente solía tomar vuelos a otros lugares, Kelton realizó varios viajes internacionales para explicarle a los gobiernos de todo el mundo por qué está bien gastar dinero.
Kelton es para la teoría monetaria moderna lo que Milton Friedman fue para los conservadores estadounidenses durante medio siglo: familiar, feroz, implacable. Ella pertenece a un grupo de académicos que enfatizan el papel de la banca y las finanzas en la economía. También es asesora económica de Bernie Sanders.
La economista gira su computadora para mostrarme una extensión de césped con un tramo de Long Island Sound al final. Levanto un plato de lentejas al curry que quedó de la noche anterior.
Le pregunto a Kelton si su libro The Deficit Myth (El Mito del Déficit) llega en el momento equivocado. Ella quiere alentar al Congreso a gastar, y el Congreso ya lo está haciendo.
Una Cámara de Representantes demócrata y un Senado republicano pueden apropiarse juntos de lo que creen que necesitan para enfrentar la crisis del Covid-19: para los hogares, 560,000 millones de dólares (mdd) en pagos directos. Para las pequeñas empresas, 350,000 mdd en préstamos condonables. Otros 500,000 mdd para grandes empresas. Más para hospitales y salud pública.
Lo que importa, dice, no es cómo gastan los estadounidenses en tiempos de guerra, sino cómo piensan acerca de gastar mientras están en paz. “Es como Dorothy con las zapatillas rojas en El mago de Oz”, dice. “Siempre has tenido el poder, ¿sabes?”
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Las manos de Kelton dejan su taza de té cuando habla de dinero. Empiezan a moverse y llenan mi pantalla. Los gobiernos pueden pedir prestado dinero o aplicar impuestos, pero no pueden crearlo. Kelton lo llama “agitar las manos”, un insulto del economista universal para las personas que descartan cosas que no se molestan en entender.
Ella y su clan creen que el dinero comenzó no como un trueque, sino como deudas. Las personas le dieron seguimiento a las deudas con palos, y luego comenzaron a intercambiar los palos. Los imperios también decidieron que sus gobernados les debían la obligación de los impuestos, y le pagaban a sus propios gobernados en créditos, los mismos que aceptaban para pagar los impuestos.
La historia del dinero importa, argumenta, porque si ves el dinero inherentemente como un crédito, uno que los Estados siempre han creado a voluntad, tienes licencia para pensar en lo que un Estado podría hacer con el dinero que crea ahora.
Es difícil hablar sobre el gasto federal de una manera que no libere una de estas trampas lingüísticas. “La gente escucha ‘déficit’ y piensa ‘bueno, eso obviamente es algo que tienes que eliminar’”, dice.
Kelton entiende que la política es una especie de teatro, y que el lenguaje de los presupuestos le brinda a los legisladores una forma de desempeñar sus papeles favoritos. A los demócratas les gusta jugar a ser adultos.
Es aquí cuando noto un problema: ella no está almorzando. Yo he estado cuchareando mis lentejas demostrativamente frente a ella. Pero Kelton solo tiene su té. Le pregunto qué pasó con el almuerzo. Ella ha estado picando toda la mañana mezcla de nueces y prosciutto, dice, por eso no tiene hambre.
Cuando todavía viajaba para dar charlas, Kelton intentaba usar el lenguaje del dinero circulando alrededor de una economía, en lugar del que entra y sale de una casa. “Siempre digo que el capitalismo se basa en las ventas”, dice. “El gasto de una persona es el ingreso de otra, ¿verdad? Y cada dólar que me gravan es un dólar que no tengo, no puedo gastar y algunos negocios en Estados Unidos no pueden capturar”.
Cualquier persona que ahorre, en este idioma, está drenando dinero para sacarlo de circulación. Pagar la deuda del gobierno, argumenta, no es una virtud. Es una fuga. Así es como el dinero sale de la economía.
Kelton me revela, mientras le doy las gracias por nuestro almuerzo a distancia, que había considerado abrir una botella de champán, Piper-Heidsieck, la cual estaba abandonada en el refrigerador desde Año Nuevo.
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