En estos días, el sistema de comercio mundial se parece cada vez más a un programa de 12 pasos con poco éxito. El primero es admitir que hay un problema. Por desgracia, pocas partes interesadas parecen dispuestas a decirlo. La rara excepción es la representante comercial de Estados Unidos, Katherine Tai, quien apenas hace unos días pedía que dejáramos de hacernos de la vista gorda con los fallos del actual paradigma del comercio global.
“No podemos volver al mundo de 2015 y fingir que estas cosas no han ocurrido”, dijo Tai en una conferencia en Múnich.
Se refería a las respuestas populistas al status quo de la globalización y la liberalización del comercio. También tenía en mente los problemas de la resiliencia de la cadena de suministro y los diferentes valores políticos ejemplificados tanto por la pandemia como por la invasión a Ucrania.
“Creo que han ocurrido una serie de cosas”, dijo Tai, “que hacen que me pregunte si esta visión de la globalización que nos lleva a un mundo mejor y más seguro se agotó y si no necesitamos una corrección del rumbo para avanzar”.
Seamos claros: ni Tai ni la administración Biden en general canalizan aquí una vibra de “Hacer a Estados Unidos Grande de Nuevo”. De hecho, la semana pasada Biden calificó a los partidarios del Make America Great Again como la facción política más peligrosa de EU en respuesta al texto filtrado de la Corte Suprema sobre el derecho al aborto.
Pero lo que EU muestra abiertamente es lo que los políticos y los ciudadanos de muchos países piensan en silencio: la Organización Mundial del Comercio (OMC) está descompuesta, la liberalización del comercio global por sí misma llegó a un límite y es necesario establecer un nuevo equilibrio entre el intercambio internacional y la política interna.
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Esta verdad está en el centro de casi todas las grandes historias comerciales. Más de dos años después del comienzo de la pandemia, y un año después de que la Casa Blanca anunciara su apoyo a la exención de la propiedad intelectual de las vacunas contra el covid, el mundo sigue a la espera de un texto acordado que permita a los países pobres sortear las barreras de la propiedad intelectual para crear sus propias vacunas.
Una parte de esto se debe a los grupos de cabildeo del sector farmacéutico a ambos lados del
Atlántico, y otra a la maraña de intereses internacionales en propiedad intelectual. La OMC trata de impulsar un acuerdo antes de la decimosegunda conferencia ministerial, programada para junio. Pero tanto el virus como la política van demasiado rápido. Incluso si el organismo puede orquestar un acuerdo significativo sobre una exención, es probable que el virus haya mutado antes de que el mundo reciba vacunas actualizadas.
Todo muestra la necesidad de una forma nueva, mejor y más rápida de resolver los conflictos comerciales en particular en torno a la propiedad intelectual.
Algunas de las cuestiones más polémicas en torno al comercio digital, la protección de datos y las patentes deben resolverse por el Consejo de Comercio y Tecnología entre EU y la Unión Europea, que se reunirá en París en una semana.
Podemos esperar que parte de la conversación se centre en los debates sobre las nuevas sanciones o los controles de exportación que deben imponerse a Rusia, cómo desvincular las cadenas de suministro cruciales de la región y cómo proceder con la producción de energía alternativa. Los planes para nuestro futuro digital quedarán absorbidos por las medidas de emergencia sobre la guerra en curso.
Mientras, en EU continúan las disputas sobre la fusión de la Ley de Competencia de la Cámara de Representantes y la Ley de Innovación y Competencia del Senado, ambas para abordar la resiliencia dentro de los bienes industriales comunes después de la pandemia.
En otra metáfora de los 12 pasos, es bueno que toda la lucha pudiera entregarse a un poder superior, pero no hay ninguno (incluida la OMC) que haya sido capaz de administrar la ruptura del paradigma del comercio mundial.
De hecho, todavía tenemos dificultades con el primer paso: reconocer el problema. Como dice Tai, la globalización 2.0 debe “tomar en cuenta algo más que la eficiencia” y no limitarse a fomentar la libre circulación de capitales y la liberalización del comercio como un fin en sí mismo. El problema es cómo y dónde negociar la forma de nuestra nueva era posneoliberal.