Casi dos horas después de que empezó nuestro almuerzo con el académico, escritor y provocador Viet Thanh Nguyen, me disculpo. Hemos hablado del mito de la promesa de Estados Unidos (EU), de la plaga de las fronteras nacionales, de escribir a través del trauma, de la “plenitud narrativa” y de los ataques de Israel a Gaza. Olvidé por completo hacerle una pregunta ligera.
Se ríe. “Desafortunadamente, esto es lo que obtengo con mi imagen pública”, dice. “He asistido a eventos de autores en los que las preguntas son tan fáciles. Como ‘háblame de tu libro y qué tipo de lápices utilizas’. ¡Pregúntame eso!”.
Muy bien, digo, ¿qué estás leyendo en este momento? “Bueno, estoy en la junta del (Premio) Pulitzer, así que si te cuento cosas que me gustaron es una especie de pista”. Pone los ojos en blanco (“Dios mío, todo es tan serio conmigo”), y luego se decanta por la literatura infantil: a su hijo le encanta la serie de Percy Jackson y los Dioses del Olimpo, y a él también.
Le pregunto por otras cosas que le gusten, y suelta: “Me gusta oír reír a los niños…” y da un manotazo en la mesa. Yo me río. “Muy bien, ¿ves? Esto no es serio. Es sentimental y bobo. Esto es lo más bobo que te voy a decir”.
Nguyen detesta ser sentimental. Pero siento, a partir de su nuevo libro de memorias y nuestras dos horas juntos, que por debajo de todo, es un sensiblero. Volvamos.
Cuando Nguyen y yo nos reunimos por primera vez, la palabra que me viene a la cabeza es “contenido”: complexión pequeña, suéter como para papá ajustado, corte de pelo genial, ojos cálidos. Es modesto, para un hombre que se define firmemente como marxista y ateo, aboga por la descolonización y es uno de los pocos novelistas en ganar un Pulitzer (2016) en ficción por su debut.
Nguyen vive a cinco minutos del restaurante de Pasadena que eligió para nuestro almuerzo, el caprichosamente llamado Agnes Cheesery. Al principio, nuestra pequeña charla es respetuosa y rebuscada. Pero a medida que nos acomodamos, saco mi copia de su nuevo libro de memorias, A Man of Two Faces (Un hombre de dos caras). Ve que está desgastado y cubierto de notas.
“Me gusta”, aprueba, y nos adentramos. Nguyen tiene 52 años. Le pregunto por qué escribió esto ahora. “Nunca quise escribir nada que pudiera clasificarse como un libro de memorias”, dice. “Porque siempre pensé que mi vida no era muy interesante. Lo interesante son las vidas de mis padres”.
Nguyen llegó a EU a los cuatro años, con su hermano y sus padres, como refugiado. Era 1975, el fin de la guerra de Vietnam. Estaban en la ola de lo que la historia llama boat people (inmigrantes que viajaban en barco), cuatro de las 800,000 personas que huyeron de Vietnam por mar y las 130,000 que evacuaron a EU.
En sus primeros recuerdos, lo separaron de sus padres en un campo de refugiados en Pensilvania y luego lo dejaron en una familia de acogida estadounidense durante meses antes de que el estado los reuniera. Su hermano mayor regresó después de dos años.
En sus memorias, Nguyen comparte estas historias poco a poco, registrando tanto lo que recuerda como lo que nunca sabrá. Escribe principalmente en segunda persona, casi para sí mismo: “Su familia nunca habla de este incidente”. “Nunca preguntas”.
La familia de Nguyen se estableció en San José, California. Sus padres abrieron una tienda de abarrotes vietnamita. No hablaba mucho vietnamita. Sus padres no hablaban mucho inglés. Se aficionó al cine y la literatura, pero rápidamente todo empezó a parecer unidimensional, solo desde el punto de vista de los poderosos. Incluso las películas pacifistas sobre Vietnam, como Apocalipsis Ahora, parecían racistas y su pueblo reducido a tropos.
Finalmente eligió el mundo académico para poder explorar y criticar los mitos singulares a los que se enfrentaba: EU no solo puede ser bueno. ¿Y cómo debería sentirse respecto de un país que, según todos dicen, lo rescató, si también lo convirtió en un refugiado?
Demos un salto hasta 2015. Después de la publicación de su novela El simpatizante, Nguyen pasó rápidamente de ser un profesor poco conocido especializado en estudios étnicos en la Universidad del Sur de California a un líder intelectual dispuesto a encontrar agujeros en el sueño estadunidense. Ambientada al final de la guerra, la novela sigue a un doble agente vietnamita cuyas lealtades cambian y, a menudo, entran en conflicto.
A los críticos les encantó utilizar la ficción como crítica: ¿cómo perdió EU una guerra, luego ganó la narrativa y de algún modo emergió como héroe? Su éxito llevó a Nguyen a dar conferencias y realizar giras por todo el mundo, escribiendo artículos de opinión con regularidad. Escribió una secuela, The Committed, en 2021. El próximo abril, El simpatizantese convertirá en una miniserie de HBO protagonizada por Robert Downey Jr.
Nguyen me cuenta que durante el confinamiento su editor le recomendó que reuniera sus ensayos y conferencias en una memoria y que escribiera en torno a ellos. Recordó una charla que dio, en la que mencionó la tienda de abarrotes de sus padres en el escenario. “Me sentí abrumado por la emoción frente a toda esta gente. Fue un momento muy incómodo para mí, porque no me gusta sentirme abrumado por las emociones”. Como escritor y padre, lo tomó como una pista: sería mejor seguir adelante. Empezó a escribir.
Antes de continuar, nuestro mesero se acerca. Nguyen pide un mocktail (cóctel sin alcohol), que también se llama caprichosamente Willy Thyme. Pido un café helado. Pide un Cuban Melt (un sándwich fundido cubano) sin queso (“Obviamente tal vez no tenga sentido”) y yo, en pánico, pido el quiche. Tenemos frituras de papa para compartir.
Las memorias de Nguyen se rebelan contra el cliché. También juega. Se burla de la narrativa del inmigrante estadunidense que tiene una crisis de identidad y ofrece pasos sarcásticos para cualquiera que escriba su propia saga de inmigrantes para el mercado occidental. Paso uno: vida dura en el viejo mundo. Paso dos: retos abrumadores en el nuevo mundo. Esto conduce a un conflicto generacional con los padres inmigrantes. Y finalmente, la reconciliación y la aceptación del sueño estadunidense. ¿Sentía que tenía que explicar las reglas para luego romperlas.
“Sí, creo que me aburro con facilidad”, me dice. “Y he leído muchos libros de memorias. Sé cuáles son las reglas y expectativas. Podría haber hecho un libro más convencional, pero no quería. Sentí que lo había visto cientos de veces”.
Le cuento brevemente mi propia saga de inmigrantes: mis abuelos eran griegos y armenios en Asia Menor, desplazados al caer el Imperio Otomano a principios del siglo XX. Aterrizaron como refugiados en Grecia y EU. Le digo que muchos de nosotros nos preguntamos de dónde venimos y qué hemos perdido. Lo buscamos con ahínco. ¿De qué desconfía? ¿Cuál es la trampa que quiere que evitemos?
El asiente. “Pensé que si hubiera escrito unas memorias más convencionales y nunca hubiera mencionado las partes meta, el libro sería absorbido por el cuerpo político de EU. Lo llamarían memorias de un inmigrante asiático-estadounidense. Y luego, automáticamente, la gente leería el libro a través de todos estos lentes que ya han usado”.
Llega nuestra comida y nuestras bebidas. El sándwich cubano de Nguyen viene con frituras de plátano y tiene muy buena pinta. Me rindo rápidamente a mi propia mala elección: estoy con un profesor, lo que requiere concentración, y este quiche seguramente está destinado a enfriarse. Los quiches son ocasionalmente trascendentes, pero rara vez son buenos y nunca están mejor fríos. En lugar de eso, me como las frituras de papa.
“He visto que eso sucede con suficientes libros, en los que el potencial subversivo de los mismos puede quedar totalmente reprimido. Y quería escribir un libro que provocara al lector y le dijera, oye, posiblemente estés incorporando todas estas suposiciones a mi trabajo, y quiero que seas consciente de eso. Quería involucrar o desafiar al lector, al mismo tiempo”.
Las memorias de Nguyen señalan los binarios que hay en todo: en él mismo (vietnamita y no, estadounidense y no) y en el propio EU, que “es y siempre será una contradicción”. Da una mordida a su sándwich cubano mientras le leo su referencia a F. Scott Fitzgerald, quien dijo que la prueba de una inteligencia de primer nivel es la capacidad de tener en mente dos ideas opuestas a la vez. Creo que estamos mejorando en cuanto a sentirnos cómodos con las cosas como ambas / y, no como una / u otra, digo. ¿Es eso lo que quieres? ¿O quieres que vayamos más lejos?
“Sí, el siguiente desafío es, ¿qué sigue?” Señala a los refugiados. Los refugiados encarnan una ruptura, afirma. Traen consigo un mundo cambiante. Necesitamos afrontarlo, en lugar de tratar de mantenerlos fuera.
¿Cómo sería eso?, pregunto. “A la gente no le va a gustar la respuesta porque soy un utópico”, dice y sonríe. “No creo en las fronteras nacionales”.
Muy bien, digo. Luego me imagino los comentarios de los lectores que se recopilarán en este artículo y le digo lo que probablemente dirán: “Es bueno que Viet se sienta así, suena genial, pero seamos realistas”.
“Bueno, voy a suponer que un buen número de lectores del Financial Times creen en Dios”, dice, masticando. “Yo no creo. Pero si crees en Dios, crees en lo imposible. ¡Eres un utópico! Simplemente has aplazado el mundo sin fronteras hasta después de muerto”. Dice que su trabajo académico ha comparado a católicos y comunistas. “La forma es la misma. Pero los comunistas creen que se puede intentar hacerlo en la Tierra, y los católicos dicen que hay que esperar hasta después. Por eso creo que el impulso utópico en realidad está en muchos de nosotros”.
el dice...“Cuando las personas que no son refugiados miran a los que no lo son,
creo que ceden al impulso común de decir ‘nosotros contra ellos’”.
Dice que un binario crucial es uno que todos llevamos dentro es el de humano e inhumano. Para él, también es un ambos / y: son lo mismo. “Cuando las personas que no son refugiados miran a los que no lo son, creo que ceden al impulso común de decir ‘nosotros contra ellos’. Somos humanos, ellos son inhumanos. Así es como justificamos la guerra y la exclusión de los refugiados. Es un impulso humano universal. Al mismo tiempo, existe también un impulso humano universal hacia el amor y la justicia”.
Pasa nuestro mesero. ¿Me gustaría otra bebida? Elijo un mocktail para acompañar a Nguyen y le señalo uno llamado Feel Good Fizz. Viene con un popote absurdo. El capricho empieza a parecer descaradamente incongruente. ¿Pero dónde estábamos?
Estamos hablando del muro en la frontera sur de EU: “Nuestras opciones son seguir levantando muros fronterizos, militarizar (las fronteras) y disparar a la gente cuando las cruza, o tratar de abordar el sistema que ha producido estos refugiados”.
Digamos que eres político. Ni siquiera un político bienintencionado puede erradicar las fronteras; tiene que hacer tratos, andar dando vueltas, a veces elegir quién muere. ¿Qué harías?
Nguyen hace una pausa. “¡Nunca sería político! Por esas razones”. Dice que cree que las negociaciones humanas son necesarias, ya que nadie debería tener un poder sin límites, y que algunas personas son aptas para la política, y “yo no soy así”. Pero la mayoría de los políticos no son artistas ni escritores. Y necesitamos artistas, escritores, filósofos y líderes morales y religiosos, porque su labor es pensar en la naturaleza humana, y en las limitaciones y posibilidades de nuestra humanidad. Nuestra labor es pensar en lo que podría hacerse”.
Dice que tal vez no crea en Dios, pero que para eso tenemos las religiones. “Se supone que nos guían hacia un mundo mejor de un modo u otro que la política parece impedir”.
El 22 de octubre del año pasado, los principios de Nguyen fueron puestos a prueba cuando fue noticia. Uno de los lugares culturales más prestigiosos de Nueva York, 92NY, canceló abruptamente una entrevista con él en el escenario porque había firmado una carta abierta en la que criticaba a Israel. Le digo que parecía muy lúcido en su respuesta (“No me arrepiento de nada”) y le pregunto en qué estaba pensando en términos de su papel.
“No pensé en nada”, dice. “No pedí ser parte de la narrativa. Ni siquiera creo que debería serlo. Simplemente quedé atrapado en eso”. Dice que el 7 de octubre fue el 7 de octubre, lo cual fue horrible. Pero desde ese día, hemos estado expuestos diariamente a lo que se les está haciendo a los palestinos. “Y si bien debemos oponernos al antisemitismo, los crímenes de guerra y las masacres, al mismo tiempo las cosas que están ocurriendo hoy están sucediendo en Gaza”.
Dice que realmente se metió en problemas porque escribió en Instagram apoyando el movimiento BDS. “El boicot, la desinversión y las sanciones son herramientas frente a lo que creo que es un genocidio”, me dice. “Frente a esto, el BDS no violento es, para mí, un estado de principios”.
Ésta es una pregunta extraña, le digo, pero ¿cómo recomendaría a alguien que ponga palabras a sus principios? Está claro que la gente se siente presionada para adoptar posturas públicas, especialmente en sus plataformas sociales. He visto a muchos agonizar, meter la pata, retroceder y rectificar en exceso. Tú te mantienes firme.
“Creo que la mayoría de las personas tienen principios, pero probablemente no se pasan la vida pensando: ‘¿Cuáles son y me los ponen a prueba a diario?’”, dice. “De hecho, estoy agradecido de que me cancelaran en el 92NY. No disfruté la presión que resultó. Pero sentí que me ayudó a aclarar mis principios morales y políticos en una situación muy concreta. Mi conclusión fue: cuando te ponen a prueba, ¿renunciarías a algo significativo?
Luego le pregunto qué es lo que, a grandes rasgos, le da esperanza. “Creo que todos los países se basan en algo hermoso”, dice. “La mayoría de la gente cree que sus países son hermosos, que sus naciones y culturas son dignas de amor y sacrificio. Pero muchos no están dispuestos a reconocer que sus naciones y culturas son como los seres humanos: su humanidad y su inhumanidad son simultáneas. Me alegraría que la gente lo reconociera. Porque entonces podremos hacer algo al respecto. Si solo creemos en una unión más perfecta, solo creemos en nuestra humanidad, solo en que somos una nación excepcional, seguiremos haciendo cosas terribles”.
Y ahora estamos en el final. Nguyen tiene las frituras de papa empacadas para su hijo. Me insta a llevarme el quiche, que luego empezará a oler en el compartimento superior de equipaje en mi vuelo de regreso a casa. Hablamos de qué lo hace más feliz. Me cuenta que es ver a su hijo reírse de los dibujos animados, revolcándose en el sofá. “Es una alegría tan pura, que realmente no tengo como adulto”.
Me pregunto en voz alta qué es lo más cerca que podemos estar ahora de la libertad infantil. Él responde inmediatamente: “Escribiendo. Para mí, es la versión adulta de jugar. Escribir El simpatizante fueron dos años de verdadero éxtasis. Era un juego. ¡Nadie sabía quién era yo! Eso fue lo más parecido a la infancia. Ha sido difícil recuperar eso porque ahora la gente sabe quién soy y no me dejan en paz”. Me río y él parece aliviado.
“Sí”, dice. “Por favor, intenta incluir algunas cosas humanas sobre mí en esto”. Entonces le pido que me cuente la parte más emotiva de escribir las memorias. Dice que su esposa lo instó a escribir un breve penúltimo capítulo sobre la familia que construyeron juntos. “Eso fue bonito”, dice. “Después de toda la alegría y la lucha, había un bonito y tranquilo signo de puntuación sobre el hogar personal que creé con mi esposa y nuestros hijos”. Dice que se dio cuenta de que puede luchar por mejores hogares para los demás y también dejarnos ver el suyo, un hogar muy bonito, porque (por supuesto) “es ambas cosas”.
Él levanta una ceja. “Y esto es lo más cursi que puedes conseguir que diga. Porque deseo que todos podamos encontrar nuestro hogar, sea cual sea”.
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