Jean Paul Gaultier entra al Ristorante National de París haciendo algo muy británico: quejarse del clima. “Hace mucho calor”, dice. Viste informal, con una camisa de mezclilla y una chaqueta con estampado de camuflaje, se reúne conmigo en su mesa habitual en un rincón del restaurante italiano del Hôtel National des Arts et Métiers.
Gaultier, de 66 años, es l’enfant terrible original de la moda francesa, con una carrera de 40 años. Se labró un nombre trastocando los conceptos tradicionales de masculinidad y feminidad.
En la década de 1980, vestía a los hombres con faldas; una década más tarde, diseñó un brasier cónico de satén rosa para Madonna, algo que lo impulsó a la fama internacional.
“Ser l’enfant terrible demostró que no seguía las reglas, lo que era bueno para mí. Quería demostrar que las mujeres pueden ser fuertes y femeninas al mismo tiempo, y que los hombres no son todos como John Wayne, que pueden ser seductores y hermosos”, dice.
Hace cuatro años, él y el accionista mayoritario de la marca, el grupo español Puig, anunciaron que detenían las ready-to-wear lines que registraban pérdidas, citando a las “restricciones comerciales” y el “ritmo frenético de las colecciones”.
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Debe haber sido un duro golpe, pero Gaultier, quien aún diseña dos colecciones de alta costura al año, no parece amargado. Puig, que también es el propietario de marcas como Paco Rabanne y Carolina Herrera, prefirió enfocarse en el principal activo de Gaultier, el negocio de los perfumes. La alta costura puede ser el cenit de la creatividad, pero las fragancias son las que aportan el dinero y financian sus actividades de alta costura.
Entonces, ¿es rentable la parte de alta costura de Gaultier? “¿Rentable?”, responde él. “Digamos que lo que logro es no perder dinero. Y me gusta tener ropa que se va a usar, aunque dejé la ready-to-wear y de alta costura, no es la misma clientela”.
Llega el mesero. Gaultier ordena sardinas crudas a las que le siguen una ensalada caprese. El puede ser uno de los diseñadores más conocidos de Francia, pero dice que prefiere Londres a París.
Gaultier intercala el francés y el inglés, sus historias adornadas con el movimiento de manos y salpicadas con un “voilà” por aquí y un “exactement” por allá.
Tal vez fue Madonna quien impulsó el corsé en forma de cono para ser el centro de atención, pero su primera inspiración fue Nana, su oso de peluche. “Quería una muñeca, pero mis padres no querían que yo tuviera una. Así que le hice una pequeña cirugía en mi osito de peluche.
En el periódico anunciaban pequeños brasieres puntiagudos, así que corté papel e hice uno con alfileres”. Gaultier comenzó a dibujar de manera prolífica, y a través de la película de 1945 Falbalas descubrió lo que era un desfile de modas. Envió los bocetos a muchos couturiers (modistos) diferentes y Pierre Cardin, quien lo descubrió, lo contrató como asistente en su estudio cuando cumplió 18 años.
Pierre Cardin, Yves Saint Laurent y Christian Dior fueron los tres nombres que Gaultier admiraba cuando era adolescente, y él trató de modelar su marca de manera similar.
Gaultier reflexiona sobre el mundo de la moda. “Hay demasiado de todo. Tenemos demasiada gente y hay demasiada ropa. Cuando ves las grandes marcas como Dior y Chanel, las personas ya no compran la ropa, porque a las que tienen dinero para adquirir las más costosas se les ofrece gratis, o tienen un contrato para usarlas. ¿Lo puedes imaginar? Creo que es escandaloso”.
Después de entrenar con Pierre Cardin, Gaultier trabajó para los diseñadores franceses Jacques Esterel y Jean Patou. Más tarde, en 1996, aumentaron sus esperanzas cuando recibió la propuesta del magnate de lujo Bernard Arnault, presidente de LVMH. Gaultier supuso que lo elegían para el puesto de jefe diseñador de Christian Dior. Pero el plan era para Givenchy. “Así que dije que no”, dice.
En su lugar, Gaultier decidió lanzar su primera colección de alta costura en 1997, sin el respaldo de un gran grupo. “Comenzar sin dinero es muy bueno porque te hace más creativo”, dice.
Las creaciones de alta costura de Gaultier llamaron la atención del grupo de lujo francés Hermès, que lo contrató como director creativo en 2003, después de comprar una participación minoritaria en su compañía en 1999 (que en 2011 vendió a Puig).
Confiesa que le gustan las cosas dulces. “Era necesario terminar con algo de azúcar, esa era la recompensa suprema. Para mí era mejor que fumar un cigarrillo”.
Nos ponemos de acuerdo para compartir los dos el postre: él escoge la tarta de albaricoque de la lista de especiales y yo no puedo resistirme al clásico tiramisú.
Entre bocados, la conversación se inclina a la política, le preguntó qué piensa de Emmanuel Macron, Gaultier dice: “Lo primero en lo que Macron es muy bueno es que está casado con una mujer más grande que él, ella es inteligente y la gente la adora”.
Continúa elogiando la energía y la visión de Macron, que dice, le “da esperanza” a Francia. Solo hay tiempo para tomar una taza de café antes de ir al aeropuerto. Le pregunto si todavía aplica la calificación del l’enfant terrible que Gaultier lleva desde la década de 1980. “¿Todavía ahora?”, pregunta. “Ahora soy l‘vieillard terrible”’, se ríe, “el viejo terrible”.