Tetela de Ocampo. Cotorinas en riesgo de desaparecer; hay 6 artesanos

Esta práctica se niega a morir a pesar de que cada vez quedan menos artesanos que elaboran estas prendas.

Luis Raymundo Herrera Barrios. (Andrés Lobato)
Luis Raymundo Herrera Barrios. (Andrés Lobato)
Rafael González
Puebla /

En el municipio de Tetela de Ocampo, ubicado en la Sierra Norte del estado de Puebla, y en las zonas aledañas de este recién nombrado Pueblo Mágico, se elaboran prendas de lana en telar de pedal, entre ellas cotorinas, cotones y sarapes.

Esta práctica se niega a morir a pesar de que cada vez quedan menos artesanos que elaboran estas prendas, sin embargo, en los últimos años son buscadas y usadas por aquellas personas que gustan de practicar la charrería o solo montan a caballo.

Las autoridades municipales estiman que en la población, localizada a 154.8 kilómetros de la ciudad de Puebla, actualmente existen poco más de seis maestros artesanos, todos ellos mayores de edad, por lo que temen que esta labor artesanal pueda perderse.

La cotorina, emblema de esta localidad, es una prenda de vestir hecha de lana color café natural con motivos decorativos, tales como cabezas de caballo, venados, herraduras, sombreros, grecas aztecas, flores y otras figuras representativas, las cuales son incorporadas al tejido de la prenda mientras se elabora, es decir, los diseños no están superpuestos sino que se tejen a la par de la elaboración de la prenda.

Asimismo, el diseño puede ser personalizado, ya sea que tenga el nombre o apellido del propietario.

Don Luis Raymundo insiste en que el tejido requiere toda la concentración del artesano para no equivocarse. (Andrés Lobato)

“Sé hacer todo”

Don Luis Raymundo Herrera Barrios, de 91 años de edad y que vive en la localidad de Acatlán perteneciente a Tetela de Ocampo, cuenta que el proceso inicia con el trasquilado de borregos para obtener la lana: 

“Aun lo sigo haciendo (…) a las borregas hay que despelucarlas, trasquilarlas, lavar la lana. La gente ya no quiere hacerlo. A veces lo hago yo mismo, lo sé hacer. Sé hacer todo”.

Luego, separa los mechones de lana y limpiándolos de espinas, pequeñas ramas y demás impurezas que pueda traer: 

“El ganado en el campo trae un montón de espinas sacahuixtle, la espina de mozote, esa se pega y tienes que estar limpiándola, por eso ahora ya no sacan al ganado para que no tengan que hacer todo ese trabajo. Una espina que cría en el campo se pega y si se agarra en la lana, se pega feo y hay que quitar todo eso, cuesta mucho. La lana no es cara, es caro el trabajo, eso es lo que cuesta. Ya no quieren ni despelucar a las borregas”.

Apunta que el siguiente paso es la selección de la lana, el cardado e hilado: 

“Ahora usamos la trascaladora, porque antes lo hacíamos a mano. Ahora con la máquina es más rápido, pero son tramposos, ponen puras cochinadas. Nosotros debemos tener y seleccionar buen material. Sabes qué hacen, la cambian; revuelven con pelo de perro y eso no”.

Explica que si el artesano hace el hilado lo podrá hacer a su gusto, más delgado o grueso, según lo requiera el diseño. Indica que una vez obtenido el hilo se realiza el armado del telar, el cual exige la atención y esfuerzo del artesano para formar el diseño y tamaño deseado desde un inicio.

En el caso de las cotorinas (una especie de chaleco para los hombres y de abrigos cruzados en una sola pieza para las mujeres) y cotones, emplea un telar de dos tablas; y si es para realizar sarapes, el de cuatro tablas.

Con los lienzos elaborados se formarán los cotones, cotorinas y otras prendas para usarse en época de frío.

Algunos textiles de lana son considerados de lujo, por el tamaño (como una colcha para la cama) y por la cantidad o dificultad de las grecas y adornos de la pieza.

Resalta que mientras labora no hace ninguna otra actividad, como escuchar música, cantar, bailar o platicar: 

“No, no, se equivoca uno y es más difícil destejer que tejer. No tiene uno tiempo de hacer eso, hay que estar moviendo las manos y pies”.

Por ello, insiste en que el tejido requiere toda la concentración del artesano para no equivocarse en el pase de cada hilo en la trama, ya que ese trabajo es el toque artístico que le da valor a cada prenda.

Por último, se realiza el terminado de las prendas tejiéndoles las puntas, algunas muy elaboradas que se anudan a mano, y a otras se les cepilla, para que tenga un acabado suave, con un pelaje fino que sale del hilo.

Para tejer una cotorina se demora una semana aproximadamente. (Andrés Lobato)

Un soldado de la revolución le enseñó esta artesanía

Don Luis Herrera narra que durante la época de la Revolución Mexicana pasó por el pueblo un grupo armado, del cual a uno de sus integrantes le dieron un balazo. Herido, el hombre, decidió permanecer para reponerse, pero con el tiempo se quedó.

Esta persona, cuyo nombre quedó en el olvido así como su lugar de origen, fue quien formó un taller para la realización de prendas de lana:

 “Estaba en el cerro y hacía un friazo. Ahí me empiojaron con la lana. Cuando llegué y le dije a mi mamá, me dijo, ‘no te sientes en la cama. Te vas a cambiar la ropa y la vamos a echar en agua hirviendo’. El piojo se muere con el líquido, pero la liendre no, así que a pesar del agua, esas se salvaron”.

A pesar de esa experiencia, siguió con la labor y el aprendizaje, por lo que se ufana que actualmente es el único que sabe hacer todo el proceso, “desde que se tumba la borrega y se trasquila hasta el terminado y rematado de las prendas”.

Añade que para aprender “debe tenerse buena cabeza para aprenderte los tejidos. Saber cuánto tiene de hileros, todo es por cuentas, de acuerdo con la lana es como se mete el peine, tal vez más abierto o cerrado”.

Con tristeza, recuerda que hasta hace poco tiempo todavía vivía en la zona uno de sus compañeros del taller, el cual ya falleció, “ahora solo quedo yo, de los que sabemos hacer todo el proceso”.

Asimismo, resalta que su maestro le enseñó a hacer los telares, repararlos, el teñido y “llevar las cuentas”.

Informa que para hacer una cotorina demora una semana aproximadamente cuando los tejidos son muy elaborados, “los que saben; los que no, tardan más días”.

Da a conocer que tuvo diez hijos, de los cuales solo dos conocen el procedimiento, pero solo parcialmente: Arturo Herrera Huerta, quien se especializó en la realización de sarapes; y Uriel, quien a sus 60 años y tras su jubilación laboral, se reincorporó al taller de su padre para perfeccionarse.

“Está aprendiendo, ya va a un 80 por ciento. Sabe hilar, sabe tejer, pero no aprendió a hacer eso”, al señalar las cotorinas que recién concluyó y fueron un pedido especial.

Refiere que a los 21 años de edad empezó a trabajar ya por su cuenta y está orgulloso de haber dedicado su vida a este oficio, “de lo único que no estoy contento es que la edad ya me está llegando”.

Expresa que su mayor orgullo es que todo lo que quiso aprender lo logró. 

“Quise aprender carpintería y también lo aprendí; aprendí a sacar madera con sierra voladora, ahora ya hay motosierras y yo aprendí con la sierra voladora; a labrar cosas con hacha bien labradita; albañilería a trabajar la piedra. Aprendí para que donde llegara yo a pedir trabajo no dijera que no sabía hacer el trabajo. Aprendí enfermería también, porque pensé cuando tenga a mis hijos quién los va a ver, fui con un doctor a aprender enfermería y primeros auxilios. Me enseñó a poner sueros, inyecciones, todo eso (…) pensé todo eso porque antes no había carretera y te tenías que ir hasta Tetela a pie o a caballo”.

Menciona que afortunadamente todavía hay personas que valoran este trabajo artesanal, cuyos costos oscilan de los mil 500 a los 3 mil pesos, no obstante, lamenta que haya artesanos que omitan el proceso original o combinen otros textiles con la lana, así como al hecho de que en algunas localidades se empleen productos sintéticos y máquinas industriales para realizar cotorinas: 

“Son más baratas, las realizan en menor tiempo, pero no son nada iguales”. Reitera que es importante saber diferenciar la lana legítima del hilo sintético, pues si uno quema la lana con un cerillo ésta sólo se esfuma y se convierte en un polvillo que suelta el olor natural; en cambio, el hilo sintético se quema y escurre.

Cabe resaltar que la técnica de telar de pedal fue introducida en América en el siglo XVI por los europeos y luego fue utilizada por los grupos mestizos e indígenas de México y sigue vigente en municipios del estado de Puebla como Chignahuapan, Zacatlán, Tétela de Ocampo y Hueyapan, así como en barrios y rancherías, aunque los maestros artesanos de estas comunidades ya son de edad avanzada.

AFM

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