Ve dónde nos sentamos!”, dice Wolfgang Schäuble, señalando el panorama de Berlín que se extiende debajo de nosotros. Es su respuesta a quienes dicen que Europa es un fracaso, que está condenada a una lenta desaparición por sus propias contradicciones internas. “Camina por el Reichstag, los graffitis que dejaron los soldados del Ejército Rojo, las imágenes de Berlín destruido. ¡Hasta 1990, el Muro de Berlín estaba debajo de donde estamos ahora!”.
Nos encontramos en Käfer, un restaurante en la azotea del Reichstag (Parlamento alemán). Las vistas son en verdad maravillosas: la Catedral de Berlín y la torre de televisión en Alexanderplatz se ciernen sobre la niebla. Ambas estuvieron alguna vez en el este de Berlín comunista, aislados por el Muro. Ahora son puntos de referencia de una sola ciudad. “Sin la integración europea, sin esta increíble historia, no nos habríamos acercado a este punto”, menciona. “Eso es lo curioso”.
Echo un vistazo al menú, clásicos alemanes sencillos con un toque contemporáneo. Me atraen las entradas, como el paté de pato Oldenburg y la trucha ahumada de Müritz. Schäuble no tiene ningún interés en esto y hace caso omiso de las entradas. Elige las albóndigas de ternera de Käfer, un clásico de Berlín. Yo me decido por el salmón del Ártico y salsa de calabaza.
Como ministro de finanzas de Angela Merkel de 2009 a 2017, Schäuble estuvo en el centro de los esfuerzos para dirigir la zona euro a través de un periodo de turbulencia sin precedentes. En su opinión, el error original fue tratar de crear una moneda común sin una “política económica, social y de empleo común” para todos los estados miembros de la eurozona. Los padres del euro decidieron que si esperaban que se produjera primero la unión política, esperarían eternamente, dice.
Pero las perspectivas de una mayor unión política ahora son peores de lo que han sido en años.“La construcción de la Unión Europea (UE) demostró ser cuestionable”, dice. “Debimos dar pasos más grandes para lograr la integración. Ahora no podemos convencer a los estados miembros para que los adopten. Son inalcanzables”.
Grecia fue un problema particularmente difícil. En primer lugar, nunca se debió admitir a este país en el club del euro, cuenta Schäuble. Pero cuando la crisis de su deuda estalló por primera vez, debió tomar un “receso” de 10 años de la eurozona, una idea que primero presentó a Giorgos Papakonstantinou, su contraparte griega entre 2009 y 2011. “Pero todos comentaron que no había posibilidad de eso”, cuenta Schäuble.
El exministro de finanzas presionó por un “Grexit” temporal en 2015, durante otra ronda de la crisis de la deuda. Pero Merkel y los otros jefes de gobierno de la UE rechazaron la idea. Ahora revela que pensó en renunciar por ese asunto. “En la mañana que se tomó la decisión, Merkel me dijo; ‘¿vas a seguir?’... pero ese fue uno de los puntos en los que estuve muy cerca (de renunciar)”.
Llegan nuestros platos principales. Mi salmón, que viene con rodajas de calabaza, mantequilla de nueces y una salsa de calabaza y jengibre, es delicioso. Las albóndigas de Schäuble, servidas con ensalada de papa, puré de cebolla roja y espuma de mostaza, también tienen una apariencia apetitosa, aunque está demasiado absorto en su narrativa como para prestar demasiada atención. Un glotón no es.
En 1990, con la reunificación alemana, llegó “el punto más alto” de la vida política de Schäuble. Pero en un evento de campaña en Oppenau, una pequeña ciudad cerca de su hogar al suroeste de Alemania, un hombre que padecía esquizofrenia paranoide le disparó dos veces, una en la mandíbula y otra en la médula espinal.
El ataque le enseñó una lección importante. “Tu experiencia te muestra que, de un segundo a otro, todo puede cambiar. Incluso en mi camino a la oficina, todo puede ser diferente. Así es la vida”. Desde entonces, el político alemán está confinado a una silla de ruedas.
Tenía la esperanza de tentarlo con el postre: le eché el ojo al chocolate blanco Valrhona Opalys con rosa mosqueta. Pero ante la mención de los postres, el rostro de Schäuble se contrae como si nunca hubiera oído hablar de algo tan frívolo. Pedimos café.
La conversación se vuelve seria de nuevo. Le pregunto si le molesta que, después de 74 años de la derrota del nazismo, la extrema derecha vuelva a estar presente en el Parlamento alemán.
“Por supuesto”, dice. “Siempre pensé que nunca volvería a suceder en Alemania, debido a la tragedia de nuestra historia del siglo XX. Pero ya no es suficiente. Los desarrollos que hemos visto en todas las democracias occidentales están ahora tan extendidos que todos están afectados”.
Cuando terminamos nuestros cafés, le hago una última pregunta. ¿Nunca piensa en retirarse? “Sé que tengo 76”, responde. “Pero me eligieron en 2017 para otros cuatro años en el Parlamento. No hay razón para dudar de eso”. Sus ayudantes, que esperan en otro rincón del restaurante, son convocados a su lado, y con eso, Schäuble se mueve a la terraza de Käfer y los elevadores que lo llevarán a su oficina.
Mientras lo veo partir, reflexiono sobre una de sus frases más reveladoras. Le pregunté por qué alguna vez se comparó con Sísifo, condenado para siempre a empujar una piedra cuesta arriba, solo para verla bajar de nuevo.
“Tienes que ver Sísifo como un hombre feliz, porque nada de lo que hacemos en política es para siempre”, dijo. “Mueves las cosas un poco, y pueden seguir avanzando, o retroceder una vez más. Así es la vida”.