Por: Fernando Escalante Gonzalbo
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
El diario de Maurus Friesenegger registra la experiencia de Baviera: la peste de 1627, el saqueo del ejército sueco en 1631, la destrucción de Ratisbona, Frisinga, Augsburgo. Los soldados estaban a veces tan hambrientos como los campesinos; pasaban meses sin cobrar su paga. Permitir a las tropas el saqueo de los territorios ocupados era con frecuencia la única manera de financiar una guerra que había agotado los recursos de todos —la depredación era en el fondo un modo de vida. Y junto con la violencia aparecían las enfermedades. En el sur de Alemania, después de la guerra, llegó una nueva epidemia de tifo, la “fiebre húngara”: tres cuartas partes de las muertes de esos años fueron consecuencia de la enfermedad, hasta dos millones de muertos. Todo el ecosistema había sido alterado con las cosechas destruidas, los incendios, años de tierras arrasadas. Las epidemias se extendían sin freno: “No había medicinas ni sosiego ni pan ni camas ni paja ni hornos ni leña…”.
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