Por: Rodrigo Salas Uribe
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
Dentro del vocabulario político del presidente, el perdón ocupa un papel central. En numerosas ocasiones, ha aprovechado su capacidad como Jefe de Estado para reconocer los agravios cometidos en contra de los pueblos originarios. Ejemplo de ello fue el evento conmemorativo de petición de perdón, en el marco de las celebraciones por el bicentenario de la Independencia de México. En aquella ocasión, los principales receptores fueron los Yaquis, de Sonora, los Mayas y la comunidad china en nuestro territorio. Estos actos de constricción, sin embargo, no parecen servir más que para encubrir la aplicación de políticas lingüísticas y culturales muy parecidas a las que caracterizaron a los periodos más agresivos de la industrialización mexicana. Weber ya veía en las comunidades religiosas constituidas a partir de una profecía o del anuncio de un salvador la tendencia a realzar una “comprensión caritativa de las imperfecciones naturales de las acciones humanas, incluidas las propias”. Además, suelen incorporar una exigencia ética en la dirección de una fraternidad que supera todas las limitaciones sociales —incluso, las de la propia fe—.