Por: Daniela Martínez
Ilustración: Kathia Recio, cortesía de Nexos
El impacto de la crisis derivada de la pandemia ha permeado todas las áreas de nuestras vidas, dejando a su paso secuelas que aunque parecieran ser lejanas siguen persistiendo. Existen aspectos que no se han abordado ni estudiado a profundidad, tanto los efectos relacionados directamente con la crisis, como aquellos provocados por la interacción con otros fenómenos que, aunque anteriores a ésta, intensificaron sus repercusiones. Es en la complejidad de esta situación que nos encontramos con otra realidad preocupante: la discriminación laboral en México. En el contexto nacional sabemos, ya sea por experiencia propia o la de personas en nuestro entorno, que existen ciertas características que pueden determinar el acceso al empleo, a un buen salario o un trabajo que se ajuste a nuestras preferencias. Nuestro color de piel, edad, nivel socioeconomico, sexo, orientación sexual o hasta el hecho de si tenemos o no hijos pueden ser factores decisivos para un proceso de contratación, aun cuando ya no deberían de serlo. A pesar de que lo más relevante al momento de contratar a una persona debería ser si ésta cuenta o no con las capacidades técnicas requeridas para un puesto, las personas empleadoras muchas veces prestan más atención a las características físicas de quienes postulan a un empleo. Lo anterior se exacerba cuando a estas desventajas les sumamos entornos adversos, ajenos al lugar del trabajo, como lo fue la crisis sanitaria, porque si bien es cierto que la pandemia afectó a todas las personas dentro del mercado laboral, también es cierto que lo hizo de manera diferenciada y los impactos fueron desproporcionados para ciertos grupos de personas.