Por Lisa Sánchez, Gerardo Álvarez y Alejandro Ravelo
Ilustración: Izak Peón, cortesía de Nexos
La militarización, por un lado, consistiría en la participación militar o la adopción de lógicas militares para la ejecución de funciones ajenas a su disciplina, mientras que el militarismo se configura como una postura ideológica que aspira a una mayor militarización de la esfera pública y privada de una sociedad y se ejerce por medio de un proceso intersubjetivo que la institucionaliza. A partir de estas definiciones, es posible afirmar que en México vivimos no sólo un proceso de militarización sino uno de militarismo en donde, desde el gobierno federal civil, se autoriza tanto la participación de los militares en tareas civiles como la reproducción de valores y atributos militares en la sociedad con el objetivo de institucionalizarlos. Se trata de un fenómeno en el que se diluye la línea entre lo civil y lo militar, al habilitar a los militares para ser actores políticos con influencia directa en la vida pública del país. Comprender mejor el momento actual requiere, sin embargo, reconocer que la militarización actual y el nuevo militarismo en ciernes no se gestaron en el vacío, sino que responden a un proceso paulatino de mayor participación militar en tareas de seguridad pública que, por décadas, fue accionado por diversos actores civiles.