En tiempos de crisis hay dos caminos: dejarse caer en la decepción y asumir una actitud pasiva o trabajar el doble… la omisión genera consecuencias funestas
Conversando con un conocido, me dijo que estaba desilusionado y deprimido porque los negocios no le habían salido bien y estaba atravesando por una crisis muy seria. Confesó que se sentía atrapado y que no hallaba qué hacer. Y que, encima de eso, el país no pintaba para que fuera a salir adelante, antes el pronóstico es bastante malo.
En tiempos de crisis hay dos caminos: dejarse caer en la decepción y asumir una actitud pasiva o trabajar el doble.
En el primer escenario, la omisión genera consecuencias funestas al permitirle a las fuerzas oscuras y a la perversidad que se apoderen de las cosas, pues reconocen una ausencia de intención y acción de las personas, y de esta manera van desarrollando y creando un ambiente a veces distópico, otras pesadillesco que resulta contraproducente. Si por el contrario, asumimos la segunda opción, generamos un contrapeso, una resistencia cuya efectividad dependerá de nuestra habilidad y competencia, además de un ímpetu enérgico correlacionado con la visión –ordenada– que tengamos.
Entonces de lo que hablo aquí es, primero, una cuestión de carácter, de voluntad (no todo el mundo lo tiene) y, segundo, de una visión práctica que nos lleve a una correcta y adecuada ejecución de las buenas ideas y soluciones que se tengan disponibles. Ah, y no improvisaciones, que esas aquí no valen, antes perjudican. Esta combinación de factores, más un poco de suerte, es lo que genera cambios verdaderos, no ilusiones ni espejismos ni arrebatos onanistas.
Los tiempos de crisis son verdaderos estímulos para el espíritu. Se generan escenarios rudos, duros y complicados y en ellos podremos encontrar una serie de retos en los cuales medir nuestras capacidades, fortalezas y potencias. Los tiempos tormentosos exigen lo mejor de nosotros y advierten que la profusión de actitudes de aislamiento, alienamiento e indiferencia se transmiten entre las personas, transformándolas en seres serviles, acojonados y perfectamente inútiles.
La crisis por la cual atravesamos ahora es de doble naturaleza. Por un lado, los hechos fríos y contundentes que ocurren a cada momento se entrelazan y evolucionan –a veces de manera impredecible– y bajo este esquema no sabemos cómo interpretarlos y como consecuencia de esto no somos capaces de reaccionar ante ellos de manera adecuada y tomar decisiones concretas. El segundo punto que termina por redondear la compleja arquitectura de la realidad cotidiana es la información, lo que nos llega a través de una variedad de fuentes y que se proyecta en una pantallita de celular. Pues esta información, en su mayoría, ni es cierta ni es confiable. Es fácil caer en la trampa de la seducción informativa y basar nuestras opiniones sobre reacciones emocionales relacionadas en afinidades ideológicas, políticas, religiosas (¡deportivas!) o por simple e irracional capricho. Como todavía no se tiene un método pedagógico para lograr discernir la información presentada en redes sociales entre lo falso y lo verdadero, los mecanismos para convencer a las masas son esencialmente mercadotécnicas y están lejos de ser instrumentos de reflexión y de pensamiento crítico. Pues la mercadotecnia, que busca vender y crear rating, se alimenta de la discordia, la división y el confrontamiento frontal, visceral y vulgar para lograr su objetivo. Y ante este confuso escenario habrá que preguntarnos qué tan enterados estamos sobre lo que ocurre en nuestro país, en nuestra realidad inmediata. Olvídese por lo pronto del conflicto del Medio Oriente, de Rusia y Ucrania o de Trump. Seamos objetivos y evaluemos las cosas sobre la marcha y con la información más certera para poder formular patrones predecibles que nos lleven a visualizar el futuro de manera estadísticamente confiable.
Así vuelvo a lo que dije al principio: agachamos la cabeza y aceptamos tácitamente lo que se nos venga encima o nos ponemos a trabajar el doble, en equipo y con enjundia. No vamos a permitir que esa realidad nefasta creada por los perversos, los violentos y los idealistas idiotas nos envuelva y atropelle.