Ojos que no ven

Monterrey /

Quienes crean que los horrores del pasado se han quedado efectivamente allí, deberían prestarle atención a la violencia e injusticia que se ha apoderado del país


Hitler. Se habla de este personaje como de un demonio, un ejecutor único de la maldad y la perversión, pero esto está lejos de ser completamente cierto. De que el tipo era malo, sin duda. Hitler fue el representante de una fuerza siniestra que progresivamente se consolidó en un país abatido por la humillación y presión de las restricciones impuestas por los vencedores en la Primera Guerra Mundial, el descontento que se generó con tal derrota, el deterioro económico y social, y las pugnas políticas internas. Si tuviéramos que determinar a los culpables del horror y la descomunal y demencial tragedia que fue la Segunda Guerra Mundial, habría que apuntar que muchos de los países que participaron en ese primer gran conflicto contribuyeron, de una manera u otra, para que tal evento ocurriera. Más bien quiero decir que lo permitieron. Mi pregunta es la siguiente: ¿Cuál es el elemento que pudiéramos fijar como esencial para explicar su consolidación? Se lo voy a decir: la actitud. La creencia ingenua de que algunas tragedias no pueden ocurrirnos a nosotros, la noción de que no debemos intervenir en asuntos que suponemos no nos corresponden y la simple y llana falta de interés por las cosas que ocurren a nuestro alrededor y que, de hecho, tienen una influencia sobre nuestras vidas, y que no logramos reconocer su efecto tanto a mediano como a largo plazo. Ante esta falta de criterio y visión no tengo más que recordar lo escrito por Winston Churchill en su magnífico recuento sobre la Segunda Guerra Mundial y a propósito de este señor Hitler y de la guerra que inició:

“Debemos establecer como profundamente responsables ante la historia la conducta no solo del gobierno británico, mayormente conservador, sino de los partidos Laboral Socialista y Liberal durante este periodo fatal. La fascinación por los atractivos clichés, la negación de aceptar hechos desagradables e incómodos, el deseo por la popularidad y el triunfo electoral en franca desconsideración por los intereses vitales del Estado, la auténtica devoción por la paz, pero bajo la patética creencia de que el amor es su única base y sustento, la evidente ausencia de vigor intelectual en los dos líderes de la coalición del gobierno británico, la marcada ignorancia del señor Baldwin en torno a Europa y su notable aversión hacia sus problemas, el pacifismo contundente y violento que predominaba en el Partido Laboral Socialista, la pronunciada devoción de los liberales hacia lo sentimental en contra de la realidad, el fracaso –y lo que le sigue– de Lloyd George, el otrora notable líder de aquellos tiempos de la Primera Guerra. Todo esto mostró un claro escenario de la presunción e irresponsabilidad británicos la cual, aunque no fue ciertamente un engaño deliberado, no estuvo desprovisto de culpa, y aunque libre de mala intención jugó un papel definitivo en desencadenar hacia el mundo horrores y miserias fuera de toda comparación en la historia humana”.

¿Notamos algún paralelismo entre lo escrito por Churchill con lo que ocurre en nuestro país ahora? Totalmente. Son otras circunstancias, sí, pero el mecanismo es el mismo. Vemos que ocurren cosas que sabemos que no están bien; procesos que van en contra de la Constitución, de la protección del medio ambiente, de garantizar la paz y el desarrollo de la economía, y de combatir la corrupción, y aun así no hacemos nada al respecto. Quizá por no saber cómo reaccionar, o porque no tenemos los recursos o el liderazgo para llevarlo a cabo, pero lo cierto es que estamos permitiendo que las cosas se desarrollen y desenvuelvan de manera perniciosa y con cada día que pasa disminuye notablemente nuestra capacidad para intervenir. No, no somos cómplices de esta desgracia solo por no poder o no saber cómo evitarla o corregirla, somos parte de la misma por razones, impulsos y pulsiones que desconocemos, y sobre las cuales no tenemos control.

Quienes crean que los horrores del pasado se han quedado efectivamente allí, deberían prestarle atención a la violencia e injusticia que se ha apoderado del país, tanto por la delincuencia organizada como por los abusos y extorsiones de las Policías y de nuestro Ejército.

México siempre ha jugado con fuego y cuando hemos traspasado esa línea se ha pagado el precio.

Estamos muy cerca de alcanzar ese punto una vez más.


  • Adrián Herrera
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