Putos y gordos

Monterrey /

No entiendo esta fijación con la apariencia y las preferencias sexuales; en qué momento se les enseñó que todos debíamos vestir igual, pensar de la misma manera

Estaban buscando a un vendedor. El aviso decía algo así como “puesto de vendedor para empresa conocida; experiencia requerida, buena presentación, horarios flexibles”. Entonces acudió una persona que cumplía con los requerimientos. En la entrevista todo iba bien hasta que el entrevistador notó algunas cosas en el aplicante; pantalones de brincacharcos, zapatos sin calcetines, camisa pegada, pelo relamido, voz entrecortada, mirada como perdida y, o más acuciante, uñas pintadas. El entrevistador generó una imagen concreta en su mente y de manera incosciente primero y consciente después, dictaminó que no era la persona adecuada para el puesto. —Gracias “señor” (enfatizando esto último), le dio las gracias y lo invitó a marcharse.

Tenemos un amigo al cual apodamos “flaquito”. Ya se imaginará que en un país como el nuestro, tal apodo no puede más que hacer alusión a un gordo. Y qué digo gordo, ¡tremendo marrano! Pues sí, tiene un problema de sobrepeso grave. Claro, todos se ríen y la cosa no pasa a mayores. Excepto cuando la sana burla se transforma en bullying. Entonces el escenario es otro y hay que analizar nuestro comportamiento. Al “flaquito” no se lo acaban cuando va por la calle. Antes reciben más albures las damas bien dotadas, pero al gordo lo tunden de manera contundente. Y masiva. Sí lo resienten. Es un problema, no una cuestión estética.

Putos y gordos. ¿Qué me falta?... ah, sí: los expertos en moda y apariencia. Pues resulta que me dejé un bigotito particularmente notable; un poco al estilo de finales de los cuarenta, con una línea que se continúa de manera horizontal hacia la oreja. No vea usted las reacciones de la gente cuando me vio con semejante corte. —No me gusta, se ve, no sé... mal. —Dijo uno. —¡Ay!, —exclamó otra—, te ves raro, ¿tomas drogas? Y para qué le cuento todos los demás comentarios. Luego me compré una casaca del viejo oeste, larga, de ruda tela y abierta en la entrepierna (diseño hecho para andar a caballo), me puse un sombrero tipo open road y así salí a cumplir con mis tareas cotidianas, como echar gasolina, ir al súper, llevar una licuadora rota al taller y así. En el súper, concretamente, me topé a conocidos. —¡Ah, chinga!,—exclamó uno, sorprendido— ¿dónde dejastes (sic) el caballo?. Otro pseudoamigo, al verme con tal atuendo, comentó: —Ah, mira... ¿estás haciendo una película con los hermanos Almada?

El punto aquí es clarísimo. No entiendo esta fijación con la apariencia y las preferencias sexuales de las personas. En qué momento se les enseñó que todos debíamos vestir igual, pensar de la misma manera, tener los mismos sueños y deseos, y estar de acuerdo con todos los supuestos que venimos arrastrando desde hace décadas.

Las cosas han cambiado, para bien y para mal. Pero pareciera que no somos capaces de dejar atrás ciertas conductas y puntos de vista que no solo han pasado de moda, sino que son francas obsolescencias, absurdos, puros anacronismos perniciosos, gastados y repetitivos. Hay muchas, ¡tantas! cosas que ya no tienen el valor que les asignamos en esos tiempos, y hoy no logramos reconocer eso y, como consecuencia de ello, no podemos actualizar nuestra idea de la moral, de la estética y de nuestras prioridades sociales.

Y a eso iba: hay que dejar de pensar como si estuviéramos en el siglo pasado. Las cosas cambian rápidamente y entiendo que eso puede ser un poco estresante pero es imperativo adaptarnos a lo que está ocurriendo aquí y ahorita.

Ser gordo es un problema de salud. La homosexualidad no es un problema de salud, solo uno de percepción, pero ambas manifestaciones se juzgan bajo parámetros absurdos que no corresponden ya a nuestra modernidad y deben revisarse.

Una cosa es el albur, la broma, la madreada y otra muy distina es tomárselo en serio. Hay mucho detrás de todo esto y es hora de dejar atrás la ignorancia y asumir una postura másreflexiva, tolerante y civilizada.

Dejémonos de pendejadas, pues.

  • Adrián Herrera
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