¡El Cura!
José Martín del Campo estudió en el Instituto de Ciencias, un conocido colegio jesuita de Guadalajara. En 1962, cuando tenía 15 años, tuvo una experiencia de discernimiento religioso en el Lago de Chapala, donde sintió la urgencia de responder a una pregunta: ¿Por qué no ayudo a las personas como sacerdote? Decidió descubrir la respuesta, para ver “si Dios se había equivocado”. Con mucho sentido del humor, me cuenta que además “confió” en que la Compañía de Jesús “no lo iban a aguatar”. Sin embargo, Dios tuvo mucho tino, y luego del noviciado, así como de una etapa de formación filosófica, teológica y de magisterio, se ordenó a los 30 años como jesuita.
Pepe, como le dicen de cariño, trabajó muchos años en la Tarahumara, donde tuvo una vida de película, en la que además de ejercer como sacerdote se convirtió en piloto de aviones, médico, albañil y agricultor. Dice que ahí conoció la alegría del encuentro con el ser humano en su esplendor, al convivir con personas “humildes, desmadrosas y tiernas”; también disfrutó de los paisajes de la región, cuya belleza majestuosa insinúa la presencia de Dios. “Fueron años felices”, confiesa con una sonrisa. Por motivos familiares, tuvo que regresar a Guadalajara, donde se dedicó a trabajar en proyectos de intervención social en el ITESO. Al considerar ambas experiencias, me dice que la docencia y el sacerdocio son un arte de “perder el tiempo con los otros”, al acompañar a las personas en sus procesos vitales, escucharlas, gozar con ellas y sufrir con ellas.
Pepe reconoce que es un momento difícil para el mundo por la “crisis de espectro completo” que enfrentamos. “Todos me dicen que parece una locura tener esperanza”, me confiesa. Le respondo que en mi opinión la esperanza no es para las épocas luminosas, sino para tiempos desesperados como los que corren. Al instante siguiente me siento absurdo por hablarle de esperanza a un sacerdote, pero Pepe no se ofende, y de hecho declara estar de acuerdo conmigo. Es la primera vez en mi vida que converso de esta manera con un cura. Aunque no lo conocía, nos despedimos con un abrazo cálido.
¡El desaparecido!
La glorieta de avenida Chapultepec, en la colonia Americana, está cubierta de rostros. Estremece ver tantas caras en carteles y lonas, sobre todo al pensar que las fotografías de búsqueda fueron capturadas ingenuamente: ¿quién hubiera adivinado, al momento de tomarlas, que aquella sería la imagen con la que un día sus familias pondrían su letrero para solicitar apoyo para su localización? Por eso muchas personas aparecen felices, incluso despreocupadas, y remiten a una mejor época, lejana de este rabioso presente.
Es noviembre. Encuentro un arreglo de flores tirado por el viento sobre su propia veladora. Lo acomodo lo mejor que puedo. Al incorporarme, tengo de frente un rostro con una flor de cempasúchil pegada. El cartel dice: “José Gil Cedeño Rosales. Hermano, mientras mi corazón siga guardando tu recuerdo, nunca podré decirte adiós”. A su lado hay otro: “Diego Alonso Cisneros Cedillo. Hijo mío, cuánto tiempo desde el último abrazo que te di. Espero con el alma volver a sentir el roce de tu piel y tu dulce mirar: te amo hijo”. Al lado hay otro rostro, y otro, y otro, y otro. Son tantos que llenan la glorieta; faltan muchos más: tendrían que ser 14,964, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO). Jalisco es el lugar del país con más personas desaparecidas.
Anochece. Subo la rampa de caracol hasta la parte alta del monumento. Rodeado de rostros de personas ausentes, desde aquí se ve otra ciudad y se siente otro país. La glorieta está dedicada a los Niños Héroes, por lo que hay una escultura con los cadetes caídos en Chapultepec, y un letrero que consigna: “Murieron por la patria”. Me pregunto si nuestros héroes se hubieran sacrificado con la misma entrega en caso de anticipar que también en esto se convertiría la patria.
Nota. Llevamos once “postales” que muestran el rostro actual de esta tierra tapatía y nuestro objetivo es completar las 54 cartas de esta lotería tradicional mexicana. ¡Hasta la próxima!