Una de las premisas fundamentales de la pedagógica crítica es la generación de condiciones para la emancipación de las mujeres y hombres. Desde este enfoque, la escuela parece como un dispositivo ideológico del Estado para la formación del pensamiento y determinante de la acción cotidiana. El currículum, en tanto una selección cultural, aparece entonces como la herramienta que posibilita esa formación de pensamiento y acción. Así, por décadas los proyectos educativos se alinearon a lógicas de pensamiento y acción inscritas en la racionalidad técnica, es decir, a la intención de cosificar lo social. Los actores del proceso educativo (docentes y alumnos) vistos como objetos moldeables y ausentes del pensar. Desde estas consideraciones, recuperadas en la fundamentación del proyecto de la Nueva Escuela Mexicana, se plantea la posibilidad de establecer una ruptura paradigmática para la emancipación educativa, lo cual implica que las maestras y maestros tengan claridad en el posicionamiento político-pedagógico-ético que construyan y asuman como punto de partida para dar sentido a su acción pedagógica.
En el plan de estudios 2022 para la educación preescolar, primaria y secundaria, por vez primera aparece en el discurso curricular oficial el concepto de emancipación, asociada a la formación de las y los alumnos como un fin de la escuela y sistema educativo. Se resalta la importancia, para lograrlo, de la acción colectiva y del compromiso en comunidad para encaminar la acción educativa a la formación de “sujetos colectivos”. Se puede pensar entonces que la emancipación no sólo se desarrolla en lo individual, sino que posee un carácter social y colectivo. En este proceso formativo emancipatorio, las y los maestros cobran relevancia en su papel para “decidir las posibilidades de educación, emancipación y transformación de la realidad desde los procesos educativos; sus saberes y experiencias les permiten decidir cotidianamente el sentido que le van a dar a los conte- nidos; cómo se pueden alcanzar estas posibilidades educativas a apartir del saber didáctico; en qué espacios y tiempos se pueden desarrollar y cómo se involucran y comprometen las y los estudiantes” (SEP, 2022).
Al respecto, el Diccionario de Filosofía de Abbagnano nos refiere que emancipación es “el proceso de liberación de la humanidad de toda suerte de vínculos: religioso, político, económico, etc. que le impidan su plena realización” (Abbagnano, 2004). Si lo pensamos desde este referente, la acción pedagógica de los docentes debe dar giros radicales para trascender las prácticas pedagógicas-didácticas e institucionales que los han llevado a configurar una cultura escolar que se resiste a romper vínculos con la tradición, la verticalidad y el conformismo pedagógico. La emancipación requiere de docentes que desarrollen su capacidad para la toma de decisiones pedagógicas pertinentes, que reflexiones, problematicen y contextualicen su práctica cotidiana para estar en condiciones de generar ambientes educativos y escolares democráticos y pertinentes al aprendizaje de niñas, niños y adolescentes. Una práctica pedagógica emancipada se distancia de la filosofía curricular instrumental y utilitarista que ha caracterizado los procesos educativos por décadas.
Transitar hacia ambientes educativos y escolarizados más emancipados requiere también que las maestras y maestros desarrollen acción colectiva y capacidad reflexiva para cuestionar el estado de cosas que determina su labor, tanto en el ámbito institucional como en el laboral y sindical. La cultura magisterial se ha mantenido y sedimentado en la lógica de que “las cosas siempre han sido así” y no es posible cambiarlas. El dispositivo para la emancipación se constituye en la generación de marcos de acción colectiva para construir una narrativa diferente, más justa, democrática e inclusiva que pondere la reivindicación de la tarea docente y orientar la resistencia hacia construir mejores condiciones para el trabajo docente.
Pensar en la emancipación desde la formación de las y los alumnos y desde la práctica y condiciones de las y los maestros, es pensar en políticas educativas que verdaderamente trasciendan el plano discursivo y se concrete en estrategias en el terreno de lo cotidiano, en la escuela. Parafraseando a Tedesco (1997) Los discursos que colocan al maestro como el único responsable del proceso educativo, como la víctima o como el culpable; en la retórica de la importancia del trabajo docente y en su revalorización, se han agotado. Es necesario generar políticas y condiciones para emancipar su labor y es momento que la SEP lo tenga en cuenta para no retornar y estancarnos en narrativas falsas de autonomía y emancipación.