Una delicia ha resultado la lectura de Melancholia I (POL, 1998), primera novela del noruego Jon Fosse traducida al francés, pero sobre todo por una conexión que en su ejercicio de aliteración me ha descubierto a nuestro Jaime Sabines con su poema icónico, “Los amorosos”, que el chiapaneco escribió cuando no había sobrepasado los 25 años.
Escribe el ganador del Premio Nobel 2023 sobre una tarde del otoño de 1843 en Düsseldorf cuando Helen Winckelmann está en su habitación y se suelta el cabello frente a Lars Hertervig, alumno de la Escuela de Bellas Artes de aquella ciudad. Ella se vuelve hacia él, lo mira, y él admira sus ojos de un azul claro. “Y una luz, brillante como el cielo más bello, aparece de súbito en él. Y entonces sabe que, sin Helen, no habría más que oscuridad.”
—Helen, Helen —digo.
—Sí, Lars —dices.
Y me miras directo a los ojos. Y me sonríes. Y te sonrío.
—Tú y yo —digo.
—Tú y yo —dices.
Y elevas tu mirada hacia mí. Y sonríes.
Y nos sonreímos, tomo tu mano, la pongo en la mía, sin apretarla.
—Somos los amorosos —te digo—. Tú y yo somos los amorosos.
La prosa poética de Fosse trajo inevitablemente los cantos de Sabines en aquel su primer libro, Horal, de 1949, en el que destaca su obra maestra “Los amorosos”:
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan, son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar, no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos, entregándose, dándose a cada rato, llorando porque no salvan al amor.
Cuando ocurren estos encuentros azarosos, imagine usted la travesía de Düsseldorf a Chiapas con escala en Oslo, más la lectura en Ciudad de México de un libro comprado en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, cobra sentido aquella sentencia de que el poema es uno y sus autores una legión.