Pocas veces esta gran nación se ve bajo asedio coordinado, si la naturaleza dispone de esa facultad, como en estos tiempos calamitosos por fenómenos que se acompañan, además, con un turbulento cambio de sexenio, pleitos con otros países y una crisis política derivada del empecinamiento ruin de un personaje que no acaba de asumir su caducidad.
No puede negarse que la peor parte se la han llevado Guerrero y después Oaxaca por el embate del huracán John, estados que por su ubicación geográfica son blancos naturales de esos fenómenos que tienen una temporada con duración de cinco a seis meses cada año, originándose, como se sabe, en pequeños remolinos en una meseta africana.
Los efectos, sin embargo, impactan en casi todo el país y la capital no es la excepción, hoy bajo lluvias torrenciales aderezadas con un enjambre de microsismos que igual sacuden Benito Juárez, Álvaro Obregón y Miguel Hidalgo, que Coyoacán, Cuauhtémoc e Iztacalco. De una nueva falla geológica detectada en Plateros, ahí por la zona de mi querida Prepa 8, la persistencia de los temblores se ha trasladado a más de media ciudad.
Para cerrar la pinza con una cerecita en el pastel, todo esto coincidió con el décimo aniversario de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, que no podía prescindir de las movilizaciones, en la ciudad de las diez diarias en promedio, con su correspondiente grupo de encapuchados presto a aparecer, como decía aquel anuncio, en los mejores eventos.
En la recta finalísima del sexenio, a lo anterior debe sumarse la rebatiña política de un personaje que no acaba de resignarse a irse de una vez y lega a su sucesora no solo un partido copado y custodiado por uno de sus vástagos, sino a una baraja de colaboradores sembrados en posiciones clave de la nueva gobernante, que deberá lidiar no sólo con los problemas de la nación, más los fenómenos naturales, sino con una comitiva de comisionados que tendrá informado de cada movimiento a su verdadero patrón.
Pero la nación resiste todo. Vaya septiembre el que acaba.