Por la formidable biografía de Joyce Tydesley (Ariel, 2008) supe que Cleopatra hablaba una decena de lenguas y recuerdo haber ensayado un microcuento titulado con el nombre de la monarca egipcia, especulando que tenía un amante por cada idioma que manejaba. Pero fue por el poeta Jaime Labastida que aprendí que cuando alguien dice hablar cierto número de lenguas no necesariamente se trata de un dominio, sino del conocimiento de sus reglas y de que lo pueden leer o entender de oído.
Hay deportes que hacen obligatorio el dominio de alguna lengua en específico, como es el caso del tenis. Tres de los cuatro torneos majors, es decir, que conforman el circuito del Gran Slam, se disputan en países de habla inglesa, es decir, los abiertos de Australia, Estados Unidos y Wimbledon, dos en cancha dura y uno en pasto, con la nota discordante del Roland Garros, que se juega en la arcilla de París.
Es así que todo jugador que compite en el máximo circuito está obligado a dominar el inglés, lo que pudiera resultar casi natural por ser un deporte que practica mayoritariamente una élite con una esmerada educación desde temprana edad. Por eso es común ver cómo conviven y bromean un alemán como Zverev con un español como Alcaraz, o el italiano Sinner con el ruso Medvédev. En las típicas entrevistas de fin de partido, al centro de la cancha, casi siempre la lengua es la inglesa. Todos lo hablan a la perfección sin importar su nacionalidad.
Lo que sí resultó una sorpresa mayúscula fue ver que el ahora número dos del mundo, pero máximo ganador de majors con 24 y medalla olímpica de oro en París, Novak Djokovic, serbio de nacimiento, habla doce lenguas, lo que pone al monstruo del tenis en alturas comparables acaso con Tolstói, a quien se colgaba ese mismo milagrito. Como aficionado a ese deporte me consta haber oído al balcánico hablar por televisión, en esas entrevistas antes referidas al centro de la cancha, en inglés, francés y español, pero he visto videos cuyo origen desconozco en los que conversa con toda fluidez en italiano, portugués y hasta chino.
¡Salve, campeón!