La primera parte de la segunda temporada de “El juego del calamar” de Netflix es una verdadera obra maestra.
¿Por qué? Porque le da perfecta continuidad a esta serie coreana, una de las mejores de todos los tiempos.
No se trata de gustos personales. No se trata de números. Se trata de algo que muy pocas veces ocurre.
“El juego del calamar”, toda la serie, es una escalofriante metáfora de la porquería que siempre hemos sido los seres humanos.
¿Dónde está su mayor virtud? En que esto, que es tan sucio, está puesto en pantalla a través de nuestros juegos infantiles.
¿No se suponía que los juegos infantiles eran algo hermoso e inocente?
Tenemos mucho qué reflexionar sobre eso, que en realidad esconde gran parte de nuestros peores conflictos, pero también sobre el juego favorito de las multitudes: el empoderamiento digital.
¿A qué me refiero con esto? A que la gran gracia de este contenido es que las audiencias se peleen comparando, atacando y defendiendo.
A mí me importa un comino si la temporada dos es mejor que la uno. Eso sólo lo puede decir usted, que es la mejor crítica, el mejor crítico del mundo.
Yo quiero que reflexione sobre lo que está pasando aquí y muy específicamente sobre estos nuevos siete episodios.
No le voy a vender trama. Usted ya me conoce. Puede seguir leyendo sin preocupación.
Para cualquier casa productora hubiera sido muy fácil hacer esto con otros personajes, pero con las misma situaciones. Eso es lo que más le gusta al público, ¿no?
¡Pues qué cree! Los genios detrás de esto le dieron continuidad a los personajes de la temporada uno. ¿Sabe usted lo complicadísimo que es eso?
Y lo hicieron bien. Tan bien que luego viene otro tema altamente admirable: supieron volver a juntarlos de manera lógica, congruente, sin traicionarlos. ¿No es maravilloso?
Por si todo lo que le estoy diciendo no fuera suficiente, apretaron tuercas para, sin salirse de lo que es “El juego del calamar”, usted viera algo diferente, algo mejor.
¿En qué me baso para afirmar esto? En los nuevos juegos, aparentemente más candorosos pero, en realidad, mil veces más sanguinarios y, lo mejor de todo, universales.
A esto súmele nuevos personajes y nuevos conflictos. Vamos desde la suma de mujeres y de hombres más jóvenes hasta conflictos políticos, de relaciones internacionales y, ¿por qué no?, de diversidad sexual.
Muchas personas afirman que la primera temporada de “El juego del calamar” triunfó en el mundo entero porque coincidió con la pandemia de COVID-19 y las audiencias no tuvieron más remedio que mirarla.
Yo no estoy de acuerdo. Creo que aquí hay sabiduría. Y la hay, como le dije hace rato, tanto en fondo como en forma.
Aquella primera experiencia tenía otra estructura, otro ritmo. Aquí son menos capítulos porque ahora consumimos más, pero más corto.
Y sí, el final definitivo vendrá en 2025 pero con estos siete capítulos usted tiene para volverse loco de emociones, de acción y de ideas.
La primera parte de la segunda temporada de “El juego del calamar” es una obra 100 por ciento social, una metáfora todavía más pulida de temas tan delicados como lo que está pasando con las democracias en el mundo hoy.
No se asuste, aquí no es como con “La casa de papel” que, a fuerza de estirarla, sus creadores terminaron matando el fenómeno.
“El juego del calamar” creció con su público, tomó los grandes cambios que la humanidad ha vivido en los últimos años y sin dejar de ser el clásico que es, ahora, además de decir lo que siempre nos ha dicho, dice otras cosas. ¡Y qué cosas!
Es en este punto donde yo debo felicitar públicamente a los responsables del doblaje al español latinoamericano porque no sólo hicieron un trabajo exquisito de adaptación y de contratación de inmensas estrellas como Idzi Dutkiewicz y Magda Giner.
Le están dando la oportunidad de brillar a nuevas figuras como Coco Máxima y el resultado es espléndido, muy disfrutable. ¡Bravo!
Luche con todas sus fuerzas por ver completa ya, pero ya, la primera parte de la segunda temporada de “El juego del calamar” en Netflix. Le va a gustar. De veras que sí.