La clave del éxito (o del fracaso) de “Las hijas de la señora García” va a estar en la adaptación.
¿Por qué? Porque sus valores no son mexicanos. Se nota, a leguas, que es una historia que se escribió en otro país, para otras audiencias, para otra realidad.
Deseo, de todo corazón, que sus escritoras y que sus escritores se hayan esmerado en mexicanizar bien esto porque, de lo contrario, van a tener serios problemas.
¡Y mire que la telenovela que acabó el viernes pasado en ese mismo horario (“El precio de amarte”) redefinió el concepto de flojera!
Me hubiera encantado que TelevisaUnivision hubiera apostado por una historia de aquí, por un original, por darle oportunidad a una nueva generación de autoras y de autores mexicanos.
Pero no. Parece que no aprendemos. Allá vamos a comprarle lo que sea a las casas productoras de otros países.
A veces sale más caro transformar una adquisición que crear algo para el público nacional (e internacional) que hoy, más que nunca, sueña con volver a los melodramas seriados de Televisa.
Si no me cree, le suplico que voltee a ver el éxito del canal TLNovelas.
¿Cómo es posible que ahí tengamos la prueba máxima de que las audiencias matan por este tipo de televisión y que acá, en Las Estrellas, se apueste exactamente por todo lo contrario?
Como cualquier suscriptor de VIX, vi el preestreno de esta producción de José Alberto Castro y casi me da un ataque.
En México, en el de antes y en el de este 2024, el bien es el bien y el mal es el mal.
Y no, no me vengan ahora con el cuento de que ya cambiamos de valores porque por eso luego, en el mundo real, pasa lo que pasa.
La gran protagonista de esta telenovela, que es una mujer madura, una madre de familia, una señora de barrio, no es buena.
Es mala. Es una mala persona. Mala madre. Mala mujer. Lo único que le interesa es el dinero. La única manera a través de la cual pretende obtenerlo es la belleza y poco le falta para prostituir a una de sus hijas.
Por si esto no fuera suficiente, es grosera y es racista porque mientras que a la hija güera la “ofrece” hasta que se harta, a la otra, que tiene el cabello oscuro, la asume como menos agraciada y, por tanto, la trata mal.
En mis tiempos (que también son estos), una señora así era una villana.
¿Y qué le pasa a las villanas? Se les castiga. ¿Alguien le explicó a nuestra amadísima María Sorté que su personaje iba a ser así de desagradable?
¡No! ¡Y no le he dicho nada porque si me voy con las hijas, esto se pone peor!
Ninguna chica mexicana de hoy podría soportar las ridiculeces que el personaje de María Sorté le hace a estas muchachas. ¡Ninguna!
Deje usted la imperdonable escena del “casting”, eso de mojar al galán menso de la hija güera era patético hasta en los tiempos de “María la del barrio”.
¡Imagínese la interpretación que podríamos hacer ahora de una reacción así!
Y la otra hija está peor porque no sólo mantiene a su madre y a su hermana, pone sus ojos en el tipo más patán del gimnasio.
¿Usted se identifica con alguna de estas heroínas? ¿Usted querría ser como ellas? ¿Usted podría conectar con mujeres así?
Le voy a decir cuál es el problema de normalizar historias como ésta: uno acaba odiando a las mujeres.
¿Sí entiende lo delicado que es lo que le estoy diciendo? No hay manera de ver esto y de no decir: es que esa mamá hace lo que hace porque quiere a sus hijas. Lo hace por amor.
No, perdón. Eso no es querer a los hijos. Eso no es amor. Pretender justificarlo es como querer justificar la violencia intrafamiliar. ¡No! ¡No! ¡Y mil veces no!
E igual, no hay manera de ver cómo la hija “morena” de la señora García pierde la dignidad fijándose en el más narcisista de los hombres y de no decir: ¡merece que le vaya mal!
¡No! Uno no puede desear que le vaya mal a una mujer. Es como reírse de los chistes misóginos de antes. Es enfermo. Es algo que no se puede permitir, que ya no podemos permitir.
Hay serias broncas, en general, con todos los personajes de esta historia pero los peores son los masculinos. Van más allá de lo macho. Son ideológicamente repugnantes.
Y aquí le paro porque si no me voy a acabar todo el periódico.
La única manera de soportar esto que, insisto, espero se corrija en los próximos libretos, es asumiendo que la señora García y sus hijas tienen severos trastornos psicológicos y que de aquí a febrero vamos a ver cómo les dan terapia.
El “pequeño” detalle es que eso no es una telenovela. Es como serie psiquiátrica de HBO. ¡Nos equivocamos de canal, de formato, de género! ¡De todo!
Me da mucha pena porque siento una genuina admiración por José Alberto Castro y por sus directores, y porque el reparto de este concepto incluye a muchísimas actrices y a muchísimos actores que quiero y respeto.
Pero yo tendría que ser el peor crítico de México si no les advirtiera que la clave de su éxito (o de su fracaso) va a estar en la adaptación.
Mucha suerte con la parte de los valores. Mucha suerte con la mexicanidad.
Usted, mientras tanto, échele un ojo hoy a las 21:30 en Las Estrellas y en VIX para que me diga si está de acuerdo conmigo o no. Igual y estoy equivocado y esto es lo que necesitamos. Igual y esto es lo que queremos.
No trabajo de perfecto. La mejor crítica, el mejor crítico, siempre será usted. ¡Gracias!