Se suponía que este texto iba a ser sencillo. No lo será. Consistía tan solo en un recuerdo. Ya no. Traer a la memoria la imagen que nos marcó el año. Parecía tan obvio: nuestra primera Presidenta. Después de 200 años como nación, una mujer ocuparía el puesto más alto al que se puede aspirar. Nada le ganaría a esta imagen, pensé entonces. Me equivoqué. Todavía durante la toma de posesión imaginé un texto recorriendo las flores que traía bordadas en el costado de su vestido blanco, detenerme en la cadete que le guardaba la espalda, en la delicada banda por primera vez cortada tan pequeña para ajustar las medidas de un torso femenino. En balde. No sé si lo será después, pero este año ese no fue el evento ni la imagen y tampoco el personaje que nos definió. Lo que nos marcó fue un fantasma.
Triste artículo de fin de año que otro ha vaciado. Hoy no hay imagen, no hay voz, no hay cargo. Hay un encargo dictado en febrero y llamado plan C, que arrastra pendientes, resentimientos y venganzas con los que hay que cumplir. Un espectro que nadie ha visto ni siquiera meciéndose en una hamaca de Palenque tratando de apresurar la digestión y tampoco en Palacio Nacional, aunque muchos dicen que se le puede ver por los rincones de los memos que la gente que él contrató y sigue ahí, escribe para dictarle órdenes a los que recién llegaron.
Nos pasa seguido a las mujeres. Después de tanto esfuerzo por llegar, siempre hay otro que se quiere quedar con parte de lo logrado. Como si se lo merecieran por el empeño que ellos suponen pusieron en nuestro logro, por nostalgia de quedarse con lo que ellos consideran propio. Eso fue lo que pasó. Todavía no es Presidenta con A y tampoco Presidente con E. Su antecesor la quiere como encargada de despacho hasta que termine con los pendientes que le dejó. No, no puede proclamar como propio lo que hoy sigue siendo un terreno minado con escrituras de otro, nuestra propia patria.
Debí haberme dado cuenta en el discurso de la toma de protesta. Más de la mitad del texto hablando de él, después hablando de las mujeres y jamás de lo que implica una protesta, un acto personalísimo en que esa sola persona se compromete con el país y de no cumplir, está dispuesta a que se lo demandemos.
Memorable en la desgracia, una reforma judicial mal pensada, mal ejecutada y hecha al vapor. Indigno resulta que aún más memorable que el personaje que debió habitar este texto fuera una tómbola a la que se cayeran las bolitas y los legisladores se arrastraran por el suelo para encontrarlas. Iguales a esos otros legisladores que aunque bien saben que ya le sonaron las 12 de la noche al anterior sexenio, siguen jalando el carruaje vacío con la lengua de fuera. De ratoncitos a lacayos. Todo para escuchar al pleno corear un ánima: “Es un honor estar con Obrador”, o cantarle Las Mañanitas porque saben que ahí está aunque se haga el desaparecido.
Este artículo de fin de año tenía que haber sido de ella, pero no lo fue. El personaje del año es la sombra de él. Si acaso, hay dos pedazos de decisión, pero que tampoco le quedan a ella: uno es lo que hará Trump y el otro lo que dirá El Mayo.
Qué ganas de que ya empiece el sexenio. Ojalá y sea distinto a este que entre sombras y costras de soberbia y rabia seguimos viviendo.