La segunda ceremonia de entrega de los premios Ariel a lo mejor del cine mexicano en el teatro Degollado tuvo lugar el sábado pasado. La esperábamos con ansias y encontrar el Degollado vestido “de gala” y copado con personas del mundo del cine despertó de nuevo una sensación muy especial. En su discurso el presidente de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográfica Armando Casas, habló de la decisión de mantener la entrega itinerante, lo que paró en seco los sueños y comentarios de que el próximo año la ceremonia se organizaría de nuevo en Jalisco. Aunque lo lamentamos ya que la volvimos nuestra y la disfrutamos como fiesta de la cinefilia y los profesionales locales cuyo número crece año con año, le deseamos buen viaje y aterrizaje en otro estado del país. Lo que también le deseamos es que poco a poco aprenda a fusionarse con la cultura y el cine de la región que visita. Que no sólo utilice el estado anfitrión como escenografía sino que sirva de impulsor de la realización y exhibición del cine mexicano y sus profesionales en las regiones del país. Y que, de paso, incluya y contagie a los medios locales para tomar en serio el cine como arte, cultura y pensamiento y no sólo como espectáculo.
Las estrellas de la ceremonia fueron, desde luego, las películas y sus hacedores. Escuchamos sus títulos y nombres, vimos breves cápsulas de video que nos hicieron recordar o imaginar las obras y aplaudimos a los ganadores que no escondían su felicidad de abrazar la estatuilla y dirigirse al público. Para los asistentes a una ceremonia como el Ariel, es sumamente interesante observar a los creadores en persona. Como arte que se crea y produce en equipo, los guionistas, directores, cinefotógrafos, sonidistas, editores etc. son, por lo general personajes desconocidos. La alfombra roja y la ceremonia nos permite reconocerlos y darnos cuenta quien aportó a la creación de la obra. Observar cómo son, caminan, gesticulan, hablan y, desde luego, qué dicen, invita a compararlos con sus filmes, la historia que narra, la estética que la caracteriza, el suspenso que nos emociona, la interpretación que nos sugiere y el mensaje que nos deja.
La ceremonia de 2024 mostró de nuevo la creciente fortaleza de las realizadoras de nuestro país. Tótem de Lila Avilés, El eco de Tatiana Huezo, Temporada de huracanes de Elisa Miller y Humo de Rita Basulto entre otras, ganaron el Ariel por ser películas complejas, convincentes y narradas desde la sensibilidad y perspectiva femenina. Por su sensibilidad y preocupación por temas sociales, políticos y de diversidad, se distinguieron películas como Todo el silencio con guión de Lucía Carreras y dirección de Diego del Río, Heroico de David Zonana y Kokoloko de Gerardo Naranjo. Como siempre lamentamos la concentración de premios en algunos pocos filmes que dejaron sin distinción a un buen número de nominados que también la merecían.
Al igual que el año pasado la ceremonia de entrega transcurrió con fluidez y buen ritmo. Quizás incluso con demasiada prisa ya que la brevedad de los mensajes que se pidió a los ganadores no les permitió decir más que los apresurados agradecimientos a sus colaboradores. Estructura, diseño y conducción de la ceremonia eran parecidos a los de la entrega de los premios Óscar. La edición ágil de las breves cápsulas de video enriquecieron la mención de tantos títulos y nombres que los presentadores introdujeron con comentarios que hacían alusión al diseño del vestuario como elemento importante de una película.
Aparte del carácter itinerante del Ariel Armando Casas acentuó la necesidad del gremio de cerrar filas, hacer comunidad y defender el cine mexicano. De manera enfática formuló palabras de solidaridad con el gremio en la Argentina de Javier Milei que cerró el Instituto Nacional del Cine y Artes Audiovisuales INCAA y licenció “hasta nuevo aviso” a sus trabajadores, lo que paralizó casi por completo la producción cinematográfica del país. Muy festejada fue la entrega de los Arieles de Oro. Conocía el trabajo de diseño de producción de Brigitte Broch y me emocionó verla en persona y escuchar su voz y acento alemán. Ver a Angélica María conmovida por recibir la presea por su trayectoria, despertó un jubiloso aplauso del público, mientras que la cápsula con fotos de Busy Cortés, quien murió en junio pasado, nos hizo extrañar su voz y postura, que seguramente hubiera formulado con su acostumbrada tranquilidad pero extrema claridad, la necesidad de un cine crítico e inclusivo.
Everardo González, cuyo impactante y preocupante documental Una jauría llamada Ernesto estaba entre los nominados, comenta en un mensaje en las redes sociales: “Disfruté de la entrega de los premios Ariel, pero me dejó un mal sabor de boca observar a una comunidad desmovilizada y despolitizada ante las complejidades que enfrenta el país”. Quiero pensar que esta falta de posturas y palabras críticas se debieron a la ausencia de Busy Cortés y la instrucción a los ganadores de ser extremadamente breves en los agradecimientos. No había que echar a perder la fiesta.