Asesino por casualidad o como juego de roles

  • La pantalla del siglo
  • Annemarie Meier

Guadalajara /

La figura del maestro – y, desde luego, la maestra - es un protagonista muy rico en la historia del cine. Guionistas y realizadores lo construyen para mostrar dilemas humanos como la lucha entre la ética y la dura realidad, las tensiones entre el lado humano y el rol profesional, la defensa del vulnerable en contra del poder, las desigualdades sociales y el proceso educativo como ejercicio noble o abuso de poder. Bastan ejemplos de los historia del cine como El ángel azul (Josef von Sternberg, 1930), Río escondido (Emilio, El Indio Fernández, 1947) El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), Otra ronda (Thomas Vinterberg, 2020) y Los que se quedan ( Alexander Payne, 2023) para reconocer la amplia gama de conflictos, tensiones, y construcción de suspenso que permiten los profesionales de la educación como personajes dramáticos.

El realizador independiente estadounidense Richard Linklater había tejido la historia de su película de 2003 La escuela de Rock alrededor del personaje Dewey Finn, integrante de una banda de música, quien aprende a ser maestro por necesidad y curiosidad por un grupo de alumnos y su proceso de aprendizaje. En su más reciente película Asesino por casualidad (Hit Man) Linklater observa a un maestro de sicología y filosofía en su proceso de aprendizaje y ejercicio magistral de representar los más distintos roles de un asesino a sueldo y utilizar su talento y maestría para lograr una relación de pareja cargada de deseo y satisfacción.

A sus alumnos Gary Johnson (Glen Powell) los seduce con las teorías de Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud y en su tiempo libre apoya con sus conocimientos técnicos a un equipo de policías en la tarea de espiar, descubrir y llevar a juicio a personas que contratan a un asesino a sueldo para deshacerse de un enemigo, competidor, colega, jefe o pareja que, según han decidido, merece morir. Por casualidad Gary tiene que sustituir a un policía que asume la personalidad de un asesino y descubre su enorme talento y placer de convertirse en otro y convencer a sus clientes de su profesional experiencia de matar y desaparecer a su víctimas. Como falso sicario de nombre Ron, interpretado por el maestro, Gary convence a una joven esposa que es mejor abandonar a su marido golpeador que mandarlo matar. El agradecimiento de la atractiva Madison (Adria Arjona) lleva a un romance en el que los dos siguen disfrutando de los roles que juegan y que le ponen suspenso a su relación. Son roles en los que el espectador descubre cada vez más las convenciones y clisés de personajes y géneros del cine.

Es así como Linklater se da el gusto de llevarnos de la comedia al thriller y neo noir que incluso adereza con secuencias de película romántica y filme “de proceso”. Una trama que, además, invita a reconocer los matices y alcances del arte de la actuación. Del vital y atractivo maestro que convive con dos gatos y sigue las rutinas del pequeño burgués hasta los distintos tipos de asesinos a sueldo, construidos con el imaginario de sus clientes, el hombre, maestro y asesino (en potencia) Gary - Ron (interpretados por Glen Powell), descubre sus propias facetas y deseos reprimidos. El desenlace confronta al espectador con su necesidad de ver e identificarse con narraciones y discursos que apelan a la fantasía e imaginación. ¿Un final feliz es el que restablece el orden moral? ¿Castiga al delincuente? ¿O puede “justificar” un asesinato, que, como nos lo ha enseñado el cine, constituye una metáfora que puede llevar a la independencia y felicidad. Creo que una de las más divertidas secuencias del filme, nos da la respuesta: En la casa de Madison, Gary, el ayudante de policía y falso asesino a sueldo, sostiene con su amada un diálogo que prueba, según el sonido, la inocencia de la mujer. A través del teléfono celular cuya pantalla los agentes en la calle no pueden ver, Gary le indica a Madison cómo actuar y qué decir. Construir y deconstruir roles forma parte de la profesión de actores, maestros, guionistas, realizadores y quizás todos nosotros, ya que nuestros deseos y los procesos de comunicación nos lo exigen. No olvidemos, además, que el cine nos seduce porque permite jugar a identificarnos con todo tipo de personajes sin tener que sentirnos culpables.


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