La Berlinale, el Festival Internacional de Cine en Berlín y el realizador Alonso Ruizpalacios parecen haber firmado un pacto ya que hasta hoy todos los largometrajes del mexicano han estado en competencia en Berlín. Güeros (2014) ganó el Oso de Plata, Museo (2018) el mismo premio para su guión,, Una película de policías (2021) lo ganó para “la contribución artística” y también La cocina (2024), una coproducción México - Estados Unidos, llamó poderosamente la atención del público y la crítica. Lo que impactó a la crítica internacional fueron, entre otras cosas, el formato clásico 4:3 y el blanco y negro neorrealista con el que el filme se centra en la cocina de un restaurante concurrido en Times Square de Nueva York donde los empleados conforman una comunidad multicultural y multirracial que trabaja y convive atrapada por un enorme estrés. En este amiente tenso suceden dramas interpersonales, duelos verbales, competencias masculinas y actos de opresión, racismo y clasismo.
La cocina no es una más de las películas sobre el arte culinario y sus profesionales, sobre el sabor, olor y la sensualidad de la cocina y el acto de cocinar y comer, la relación del cocinero con el cliente o con el chef o patrón del establecimiento. En La cocina Ruizpalacios encierra seres humanos que llegaron a Nueva York en busca del sueño americano o empujados por la necesidad de emigrar para sobrevivir, ganar mal en un trabajo que “fabrica” menús para turistas y norteamericanos acostumbrados al fast food. Es ahí donde la joven mexicana Estela (Anna Díaz) encuentra trabajo a pesar de ser menor de edad y vivir en Estado Unidos sin papeles. Su familiar Pedro (Raúl Briones Carmona) tiene varios años trabajando en la cocina sin haber conseguido un permiso de trabajo. Pedro empieza a perder la paciencia. Por el estrés diario, por no poder establecerse y por su relación con la mesera estadounidense Julia, quien, embarazada, quiere abortar. Las rutinas diarias, la presión de los jefes, la sospecha de haber robado dinero, los encuentros y roces con los compañeros y la nostalgia de México mantienen a Pedro al borde de un ataque de nervios.
Basada en la obra de teatro La cocina del británico Arnold Wesker, Alonso Ruizpalacios creó un guión que se concentra en un día y medio en la cocina del restaurante a la que se llega por un laberinto de corredores, vestidores, oficinas y almacenes donde no penetra la luz. Un callejón obscuro detrás de la cocina es el único espacio en el que los empleados pueden respirar, fumar e intercambiar unas palabras antes de regresar a su pequeño espacio en la larga mesa de cocineros que parecen trabajar en una línea de montaje de una fábrica, que me recuerda la de Chaplin en Tiempos Modernos. Solo que la “mecanización” que sufre el cómico, se traduce en La cocina en el inmenso desgaste del individuo a causa de la presión laboral, los roces y agresiones de los compañeros, el racismo hacia los inmigrantes ilegales, y las frustraciones individuales y grupales por los choques culturales y verbales en un ambiente de trabajo cargado de competencia feroz y presiones inhumanas.
Alonso Ruizpalacios había narrado una historia similar en su cortometraje Café Paraíso (2008) con Tenoch Huerta como protagonista. Comparar Café Paraíso con La cocina es una lección de cine ya que muestra dos tipos de trabajo de guión, puesta en escena, cámara y actuación. La película breve narra e invita a la reflexión mientras que La cocina observa de manera detallada las rutinas diarias, la tensión y el desgaste de cada instante. El drama entre Pedro y Julia, la secuencia de un duelo verbal entre los hombres que crece en agresividad, la competencia entre cocineros y meseras y la sospecha por un supuesto robo, atrapan e irritan al espectador. Las secuencias inquietantes contrastan con los pocos momentos de armonía y confianza. Largos plano secuencias, exquisitas coreografías y movimientos de cámara crean un marco estético que intensifican el dramatismo. La atmósfera cargada de violencia – a veces reprimida pero casi siempre verbal y física – es masculina pero contagia a las mujeres.
La joven Estela observa todo con ojos entre sorprendidos y divertidos. Ella llegó a Estados Unidos para ayudar a su familia en México. Ella no es, ni será protagonista ya que el protagonista y héroe trágico es Pedro, el migrante mexicano cuyo “sueño americano” se desmoronó. Alonso Ruizpalacios vuelve a arriesgarse al romper convenciones narrativas. Mezcla estéticas documentales con ficción, provoca rupturas de ritmo, estilo y suspenso al dramatizar situaciones y delirios de los personajes. El drama de los inmigrantes sin papeles no se puede narrar con un discurso melancólico sino con mostrar frustración, ira, violencia ,y delirio.