Megalópolis: Legado de un realizador italo-estadounidense

  • La pantalla del siglo
  • Annemarie Meier

Jalisco /

Me encanta escribir sobre películas que causan polémica y polarizan la crítica. No para apoyar a uno de los bandos que se enfrentan en calificar la película sino para sumergirme en la obra fílmica sin prejuicios, observar mi reacción emocional y formular mi propia opinión del filme. Así que no puedo ni quiero definir si Megalópolis de Francis Ford Coppola es un filme bueno, malo o interesante, y no creo que el realizador lo haya producido y dirigido para agregar una obra maestra a su vasta filmografía. La hizo porque necesitó realizarla y la hizo desde sus entrañas (como solía comentar Rainer Werner Fassbinder). A las entrañas Coppola le agregó el corazón y su preocupación por Estados Unidos. La esposa de Coppola falleció poco antes del estreno mundial y Coppola llama a la película una “fábula”. Una fábula inspirada en el ocaso del imperio romano.

Megalópolis -(nos recuerda Metrópolis de Fritz Lang de 1927)- es la obra experimental de un maestro del cine que realizó sus películas en EUA pero abarcó con historias, personajes y estilo, temas universales como la familia, el poder, la sociedad, la guerra y la violencia. En su obra también aparece la preocupación por el tiempo, su flujo y la pregunta por el legado que dejamos atrás. Para abordar estos temas, en un Megalópolis, Coppola decidió transgredir todas las reglas del cine de género y la ficción fílmica. Creó una obra personal y experimental que impacta por su narrativa y estética libre que puede irritar a una parte del público mientras que resulta atractivo para otros.

La película empieza con la imagen de un edificio antiguo y la torre de Chrysler de Nueva York con su característico art déco. Desde lo alto de un edificio, César Catilina (Adam Driver) se asoma de manera peligrosa al precipicio. Da un paso hacia el vacío y antes de caer, grita “Tiempo, detente”. La imagen congelada da pie a la descripción del protagonista. Como arquitecto visionario, César persigue la utopía de crear una ciudad-parque de nombre Nueva Roma con habitantes que viven felices. Mientras tanto, su propia vida como artista genio transcurre entre fiestas orgiásticas, mujeres extravagantes, alcohol y drogas y no cabe duda de que César caería al precipicio si no fuera por el don de detener el tiempo. Su libertinaje molesta a Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito), alcalde de la ciudad, quien lo acusa de haber asesinado a su esposa y reacciona con odio cuando Julia (Nathalie Emmanuel), hija del alcalde y empleada de César, se enamora de su jefe.

Pero más que en la historia de amor y enemistad, el filme se centra en el genial y desenfrenado artista y la decadencia y el ocaso de un imperio. Los nombres romanos de los personajes, citas en latín, pasajes de obras de Shakespeare y la biblia hablan de poder, corrupción, traición y decadencia. Como referencia al cine, Coppola también recurre a citas de películas de Méliès, Fellini y Kubrick, a obras de teatro, óperas y el circo. Su Megalópolis es un gran espectáculo surreal que resume experiencias, películas, culturas y su profunda preocupación por la situación actual de decadencia de los Estados Unidos de Norteamérica.


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