La película Todo el silencio de Diego del Río fue una de las grandes sorpresas de la noche de entrega de los Arieles 2024. Sus premios a mejor Opera prima, sonido, actriz y coactuación femenina despertaron no sólo el interés por verla sino la urgente necesidad de buscarla. Aunque sería preferible acudir a una sala de cine con un excelente sonido, la podemos ver en Prime Video y dejarnos atrapar por personajes entrañables cuya discapacidad auditiva, percepción del entorno y necesidad comunicativa construyen la historia y el tema central del filme. El mundo de las discapacidades auditivas, la discriminación que encuentran las personas con alguna discapacidad y las distintas formas de comunicación que marcan las diferencias, son temas poco tratados en el cine y, según creo, tampoco tarea asumida por nuestra sociedad.
Mostrar y profundizar en un filme el tema -y los límites- entre la comunicación verbal, visual, gestual, sonora y corporal, es, desde luego, un enorme reto. Como arte y medio audiovisual el cine se ha especializado y ha adquirido una enorme maestría en mostrar en imágenes, es decir visualizar, lo que pretende comunicar al espectador. Por el lado del sonido son en especial la música, la lengua verbal y los efectos, los que juegan un papel importante. Sin embargo, muy pocas películas convierten el sonido, su ausencia y la percepción auditiva en tema y conflicto central. Como ejemplos recuerdo el documental de Werner Herzog El país del silencio y la oscuridad (1971) y las películas de ficción Sound of Metal de Darius Marder (2019) y Coda de Sián Heder. Sin embargo, Todo el silencio es diferente ya que apela e involucra la percepción del espectador y lo lleva a un proceso de aprendizaje y reflexión acerca de la comunicación., descubriendo de paso, el irritante nivel sonoro que caracteriza a entornos urbanos como la Ciudad de México. Gracias al guion de Lucía Carreras, la dirección de Diego del Río, el diseño sonoro del Miguel Hernández, Mario Martínez y Liliana Villaseñor y la actuación de Adriana Llabres y Ludwika Paletta entre muchos otros, el filme se convierte para el espectador en una inolvidable experiencia de percepción y reflexión.
Todo el silencio se centra en la joven maestra de lengua de señas mexicanas Miriam (Adriana Llabres) que vive en pareja con Lola (Ludwika Paleta), mujer sordomuda que ha aprendido a leer los labios de su interlocutor y comunicarse con una voz inexpresiva. Compartimos con la maestra Miriam su percepción y emociones en el día a día de sus clases en una escuela de lengua de señas, los traslados en camión, los ensayos de un grupo de teatro que prepara una obra de Chekov y la vida en casa con su pareja Lola. Miriam percibe la ciudad de México como una especie de monstruo ruidoso que la abruma. Cada vez con más frecuencia Miriam empieza a escuchar el fuerte zumbido del tinnitus y los exámenes médicos confirman que está perdiendo capacidad auditiva. Su nueva condición de persona sorda le cambia la vida y le enseña las dificultades y la discriminación que viven las personas sordas. Con Miriam como guía, el espectador aprende a distinguir entre personas sordas que se comunican a través de la lengua de señas, otros que no la conocen pero han aprendido a leer los labios y llevar un diálogo hablado con una voz monótona e inexpresiva acompañada por gestos. Las diferencias de habilidades no solo las distinguen sino también separan. Lo que las une es la necesidad de comunicarse, entre ellos y con las personas no sordas, y el hecho de sufrir discriminación.
Lo que vuelve Todo el silencio tan atractivo como profundo, es también la experiencia de ver una película cuyos diálogos en lengua de señas mexicanas tenemos que leer a través de subtítulos. Nos abre una experiencia cinematográfica nueva. Las secuencias de teatro, con sus expresiones corporales, gestuales y mediante señas, enriquecen y subrayan la corporeidad de los procesos de comunicación.