Al parecer el castigo irónico de la vida moderna es tratar de salir avante con la duración de las baterías y sucumbir en el intento. Es curiosa la dependencia de la humanidad a ello y más que un adminículo así garantice el funcionamiento de los dispositivos que gobiernan la existencia. Por muy avanzada que sea la cotidianidad, depende de la duración de este adminículo, que en sí mismo representa una metáfora de la propia sociedad de consumo en que vivimos.
Y es que la vida útil de las cosas, además de conseguir que tengan un periodo que invariablemente llega a su final, y con el la necesidad de renovarle, garantiza que la procuración regular de insumos, productos y servicios dé certidumbre al entorno capitalista. Y abona a una dinámica por la cual los seres humanos son en tanto cuentan con la capacidad para la adquisición de insumos, en particular aquellos que no necesitan o que resultan prescindibles.
Esta reflexión viene aparejada con el documental “Compra ahora, la conspiración consumista”, que funciona como apuesta para hablarle de tú a la compulsión de la gente por mercar. Con testimonios de personas cuyo común denominador es haber participado en empresas que prosperan gracias a la adicción del mercado a conseguir cosas, se va ensayando un tema que trasciende el gasto per cápita para recalar en el impacto que tienen el comercio en el medio ambiente.
Montañas de ropa y calzado innecesarios, que la población adquiere como parte del culto a la moda. Millones de aparatos electrónicos renovados bajo la lógica de la obsolescencia programada (en ella entran en juego las baterías y los aparatejos a los que dan vida). Y todos aquellos artículos de uso diario que no son indispensables, pero que juegan un papel esencial en el mundo industrializado.
Leonard Cohen sostiene en “First we take Manhattan” haber sido sentenciado a 20 años de aburrimiento por intentar cambiar el sistema desde el interior. “Ya voy, vengo a recompensarlos. Primero tomamos Manhattan, luego tomamos Berlín”, canta el canadiense. En algo así pienso cuando el documental de marras va en pos de quienes alguna vez fueron insiders, para elaborar una narrativa que condena la adicción al gasto enfermizo, mientras se lleva entre las espuelas todo lo demás.
Una dinámica que hace posible comprender la tradición sobre la cual subsisten tantas plazas y locales, que apuestan a la convocatoria de las épocas del año y que son especialistas en anticiparse a la próxima apenas va acabando la previa. Efecto que ocurre sin importar la región de la que se hable y que es eficaz porque la gente siempre estará ávida de comprar lo que sea por el placer de estrenar y acumular, aunque en ello vaya el presupuesto, la salud emocional e incluso la vida.