“Todos están locos menos yo”, le escuché decir algunas veces a un querido amigo, en los tiempos de la edad de la punzada en que las ocurrencias eran bienvenidas, sobre todo si tenían que ver con la manera de configurar el mundo y cómo se las arreglaban las personas para sobrevivir. Esa peculiar enfermedad que sólo se cura con el tiempo, cuando se cura, y que se llama adolescencia, es una suerte de salvoconducto para regar el tepache, sin ser señalado de severa forma.
El problema llega cuando los tiempos de incandescencia y decisiones tomadas a la trompa talega, se extienden más allá de los límites del sentido común. Porque una cosa es que siendo habitantes del país de la adultez se permitan ciertas licencias a manera de arrebatos pasionales y hasta existenciales, y otra que nos valga dos kilos y medio de aguayón torneado la propia vida y nos conduzcamos sin timón ni timonel.
Los estudiosos de la azotea refieren que todos, en mayor o en menor medida, acusamos alguna suerte de neurosis. Eso apacigua las aguas para despreocuparnos por alguna inconsistencia mental en nuestros actos y para contar con margen de maniobra para ir como si la virgen nos hablara. El problema reside en la delgada línea que separa la sanidad mental de expresiones que rayan en lo absurdo, por no hablar del peligro que puedan representar.
La salud mental es un tema que se ha vuelto indispensable para el desarrollo de las personas. a la par de la alimentación, el ejercicio, el descanso y otros menesteres, de ahí que resulten cada vez más notorios los casos en los que haya sujetos cuya condición deja mucho qué desear, sobre todo a juicio de quienes cuentan con las credenciales para hacer los diagnósticos pertinentes.
Esto viene a cuento, luego del escándalo por aquella mujer poblana que, ostentándose como especialista en psicología, ha tratado a pacientes e incluso medicado, dicen los suspicaces, sin la formación correspondiente. El asunto ha puesto en entredicho la fiabilidad de los sitios en internet que evalúan la capacidad de un profesional gracias a la intervención de los medios y la virulencia de las redes sociales.
Y también ha conseguido dar luz a la facilidad con la que cualquier hijo de vecino puede ostentarse de lo que sea, hacer de ello una praxis redituable y pasar inadvertido, a no ser que alguien le parezca curioso el tema e incluso grotesco, con alcances que pudieran rozar la mitomanía.
Habrá que esperar para conocer el curso de la historia, en tanto ha quedado claro el riesgo de quienes buscando cobijo a sus malestares emocionales podrían caer en manos seres en condiciones de inestabilidad iguales o peores. En el fondo, aquel amigo no estaba tan equivocado. Hay muchos locos y probablemente entre ellos no esté él.