“Y saber que muy pronto va a desbordarse el trigo”.
Joaquín Sabina
Nada como los momentos de crisis para saber de qué están hechas las personas y los pueblos. Los tiempos dramáticos y dolorosos que privan en estos días en el escenario valenciano han permitido poner a prueba esta aseveración.
Las imágenes han sido por demás cruentas. Centenares de autos amontonados, ríos de color café, calles convertidas en desolación una vez que el agua fue cediendo. Y por supuesto, el sentir de un pueblo ajeno a la catástrofe hasta que fue inequívoca la tragedia que se les venía.
A este escenario se le han sumado la visita del titular del gobierno español y de los monarcas borbones a la zona cero y el repudio de la gente por las presencias incómodas no se ha hecho esperar. Particularmente la del mandatario, quien poco ha conseguido aglutinar la aceptación de los españoles, menos en momentos como estos.
La molestia de los inconformes ha adquirido tal nivel luego de las escenas vistas y, sobre todo, por la desesperación ante el riesgo de perder su patrimonio o de la complicación de volver a la normalidad. Si a eso se suma la inoperancia de los administradores públicos que mal y tarde atinaron actuar, es entendible la reacción de los que consideraron pertinente lanzar a los visitantes porciones del lodo que anegaba sus ciudades.
El filósofo Aristóteles advertía la necesidad de que quienes se dedicaran a la cosa pública fueron aquellos en verdad interesados en el tema, y que a diferencia del resto de la gente estos no tuvieran otros asuntos para avocarse por entero al servicio de los demás.
El problema surge cuando esos funcionarios carecen del profesionalismo y la sensibilidad para el ejercicio de sus encargos y sólo hacen presencia ante la proximidad electoral, cosa que cambia por desdén y olvido una vez que acaban las campañas.
Esto pasa con independencia de la época o región, país o raza, pues la codicia y el cretinismo son propios de la naturaleza humana. Y sin mencionar a la monarquía, que también salió salpicada, sin deberla, ni temerla, porque lo suyo no es enmendar el trabajo de los políticos, sino mostrarse en cercanía solidaria con el pueblo, tampoco tendría que corresponderles el caudal de beneficios de los que disfrutan.
Como suele ocurrir, acabarán pagando la factura tanto los políticos actuales y, desde luego, los que vengan después y que tengan la osadía de enarbolar la bandera partidaria o el sesgo ideológico de sus ineficientes antecesores. Por cierto, las barbas que ahora mismo se están recortando en aquella zona tendrían que llevar a muchos sospechosos comunes a remojar las suyas, incluso de este lado del charco. Al tiempo.