Mirar con los ojos

Edomex /

El más desfachatado de los poetas ingleses del siglo dieciocho, William Blake, decía que si las puertas de la precepción fueran limpiadas y purificadas todo parecería al hombre como es, infinito. Con la mira puesta en el camino del exceso que el propio vate sugería, el escritor Aldous Huxley suscribió su propia experiencia en The Doors of perception, texto que consigna la ingesta de mezcalina con fines científicos (eso se dijo), y por la que acabo palmándola.

La idea de los canales que se abren dio para que tiempo después Jim Morrison y compañía dieran vida, rienda suelta y vuelo a la hilacha a The Doors. En aquellos convulsos años sesenta se argumentaba que para abrir las mentadas puertas había dos canales, el atasque por la vía de los paraísos artificiales o la meditación. Es evidente que la expedita conveniencia de los primeros volvía más atractiva la opción, de ahí que proliferaran tanto.

Es curioso que como signo de estos tiempos los canales tradicionales para percibir el entorno (alterados o no), hayan sido desplazados por el imperio de las pantallas táctiles, los dispositivos móviles y las redes sociales. Al respecto leo un artículo en torno a Enrique Bunbury y su idea de lo que representa mirar la realidad con un salvoconducto artificioso. Recurso que a todas luces hace las veces de mediador y también de tirano que propicia su adicción.

El músico describe como una experiencia maravillosa haber asistido a un concierto en el que no había teléfonos celulares. Y a pesar de manifestarse contra cualquier tipo de prohibición, recomienda “hacer todos un esfuerzo y dejar de grabar los conciertos, mirar la vida con los ojos y guardar recuerdos en la memoria”. La idea es de una lógica irrebatible, pues conlleva volver al modo en que el disfrute operaba sin necesidad de filtros. El problema consiste en depender del chunche incluso para el desarrollo de la propia existencia.

¿Cómo serían los conciertos sin el teléfono? Plenos, aunque difíciles de imaginar por la fuerza de la costumbre. Si se piensa bien, resulta absurdo adquirir el acceso a un recital para mirarlo a través del celular. Da la impresión de que el presente ya no se registra con los sentidos, sólo a través de un medio digital, se graba y comparte. Y de esa forma el testigo indirecto del suceso comprueba haber estado ahí, mientras sus contactos o seguidores corroboran que, en efecto, ahí estuvo.

Percibir la realidad desde los ojos de un aparatejo implica no ver más allá de las propias narices. Hay una frase cuya carga coloquial condensa el peso de esta sinrazón, por cuanto los sospechosos comunes personifican: “están viendo y no ven”. 


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