Sin lugar a dudas la afición a algo dice mucho no sólo de la persona que la lleva a cabo, sino del entorno en el que se desarrolla. Piensa en esto a partir del caudal de expresiones que se nutren con la ingesta simbólica de todas esas causas a las que, según sus adeptos, vale la pena acercarse.
Pongamos que hablo del deporte y de éste, quizá en buena parte del mundo, la mayor de las expresiones tiene que ver con el fútbol. Ir a un equipo y no a otro implica la aceptación de los valores que conlleva una escuadra y, como uno se suele definir por aquello que no es, la renuncia a otros tantos, en especial los vinculados con el antagonismo hacia los archirrivales.
Aunque si se piensa con cierto sentido crítico, no deja de ser parvulario y quizá hasta ridículo el hecho de sentirse reflejado por un grupúsculo que nada tiene que ver con el aficionado, como no sea haber recalado en la región donde juega el equipo al que pertenece y que es producto en todo caso de negociaciones mercantiles, pero hasta ahí.
Es verdad que los oriundos de una cierta demarcación alegarán la pertenencia por derecho a algún escudo, cromática y rasgos, como si fuera cierta la ocurrencia de que el mexicano nace donde se le pega la gana. Ello equivale a decir que el aficionado tomó la decisión de salir expulsado del vientre materno en un sitio específico. Y aunque se sabe que infancia es destino, hay cosas que rayan en el absurdo.
De ahí que las conductas exacerbadas alrededor del amor por los equipos deportivos cuenten con ese sesgo propio del surrealismo. Se defiende a una institución como si fueran accionistas o socios de la misma y recibieran algún premio más allá de la satisfacción de haberla mirado ganar un partido o un campeonato.
Más allá del deporte, la afición o el fanatismo encuentran suelo fértil en ámbitos que propician la discusión, de ahí que tenga sentido la sugerencia de no hablar de fútbol, pero tampoco de política y religión, por no azuzar ánimos y propiciar encontronazos.
Algo similar debería ocurrir y por razones igualmente poderosas con los afectos a algún actor de la pantalla grande, un concepto o género musical y hasta las filias o las fobias por cierta gastronomía o algún alguna preparación en especial.
Sin embargo, es probable que sobre esos casos salten a reclamar pamboleros, politiqueros y espirituosos, señalando que es una exageración, que sus temas son producto de un verdadero apasionamiento y no de cuestiones irrelevantes. Al parecer así funciona la cosa, entre asuntos sustantivos y meras trivialidades.