En el ámbito educativo usualmente nos centramos en los conocimientos y las habilidades de los niños y jóvenes estudiantes, y damos por sentado que los adultos las poseen. No es el caso. La semana pasada, la OCDE publicó un alarmante informe que revela las deficiencias en lecto-escritura, aritmética y resolución de problemas elementales entre adultos de 31 países (Do Adults Have the Skills They Need to Thrive in a Changing World?). México, tristemente ausente del estudio, no escapa de estas preocupaciones, pues apenas 20% de adultos cuentan con educación superior.
Según el Informe, casi un tercio de las personas evaluadas a nivel global no pueden comprender textos complejos, realizar cálculos básicos, ni adaptarse a problemas cambiantes. En otras palabras, un examen para evaluar a niñas y niños de sexto de primaria sería reprobado por casi 30% de los adultos. Analfabetas funcionales, en plena era de la Inteligencia Artificial (IA).
La literacidad no es solo una herramienta para leer instrucciones o realizar cuentas en el supermercado, es la base para desarrollar pensamiento crítico, interpretar información y tomar decisiones. En un mundo hipertecnologizado, donde la información abunda pero la sabiduría escasea, la capacidad de análisis, la reflexión y la solución de problemas son herramientas esenciales. Sociedades con ciudadanos más informados y capaces no solo tienen más posibilidades de prosperar económicamente, sino también de sostener la democracia.
No basta con insistir en más educación; es fundamental también reflexionar sobre qué tipo de educación necesitamos en la era de la IA. ¿Realmente estamos preparando a las personas para entender su entorno y transformarlo? Como lo afirma Martha Nussbaum, no se trata solo de mejorar competencias técnicas, sino de transformar la educación en un pilar de desarrollo social y democrático para “entender la complejidad del mundo, apreciar diferentes perspectivas y actuar en favor del bien común”. Sin estas habilidades, las democracias están condenadas a la manipulación y la polarización.
John Dewey sostenía que “la democracia comienza en las aulas”. En un mundo donde el ideal democrático se erosiona, solo ciudadanos bien informados y reflexivos podrán sostenerlo. ¿Los estamos formando?