Adquirí la buena costumbre de rayar los libros en mis estudios de posgrado. Más vale tarde que nunca. Hasta entonces eran una especie de objeto sagrado que no se debía profanar con notas, desde la inferioridad de un simple lector. Fue uno de mis profes quien recomendó: “Escriban sus reflexiones al pie de cada página y vuelvan a ellas para recordar lo esencial de cada capítulo” (y también para recordar lo esencial de nuestro propio pensamiento de entonces, le faltó añadir). Este elemental consejo para dialogar con un libro fue transformador.
A unas horas de que inicie la FIL, es pertinente reflexionar sobre qué significa leer hoy en día. En el siglo pasado, la psicología cognitiva explicaba la mente comparándola con un ordenador. La lectura se entendió como un proceso donde se recibe, almacena y procesa información. La metáfora del ordenador debe quedar atrás. Entender la lectura como un proceso mecánico, en el que se transfiere unidireccionalmente información de un texto a la mente del sujeto, habla de una concepción pasiva del lector.
Walter Benjamin advertía, en El Narrador, que la modernidad privilegia la información inmediata, superficial y fragmentada por encima de la experiencia reflexiva y profunda. Cuando reducimos la lectura a la simple decodificación de datos neutralizamos su carácter social. La lectura no es una acción individual, es un acto que ocurre inmerso dentro de la cultura: no leemos (ni escribimos) en soledad ni desde la neutralidad, lo hacemos atravesados por nuestra experiencia y nuestra visión del mundo construida siempre con los otros.
En una sociedad como la mexicana, donde el porcentaje de población lectora disminuyó 14.6 puntos porcentuales entre 2015 y 2024, se leen apenas 3.2 libros al año (el nivel más bajo en seis años), y donde 64 por ciento de las personas utiliza las redes sociales para informarse, pensar que la lectura se agota en el simple consumo de información es renunciar a su poder transformador y emancipador.
Debemos recuperar la noción de la lectura no como un acto utilitario, sino como la reivindicación del ocio creativo.
Para el gran Umberto Eco, leer era un proceso dialógico y creativo en el que el lector colabora con el autor para construir significados. Disfrutemos la FIL, rayemos los libros.