En otras entregas he defendido a las universidades frente a los embates de gobiernos autoritarios, especialmente con la elección de Donald Trump y la amenaza que supone para la libertad académica. Sin embargo, en esta columna abordaré, con autocrítica, aspectos en los que las casas de estudio han quedado a deber en cuanto a su contribución al cierre de brechas.
Para ello, tomo como base el análisis de David Brooks en The Atlantic, “How the Ivy League Broke America” (ver: n9.cl/f6rhu). Brooks destaca cómo la transición de un sistema universitario basado en el linaje y la clase social a uno que promueve la meritocracia y el conocimiento, ha generado una élite cognitiva que, paradójicamente, ha profundizado la desigualdad social y económica en EEUU.
Históricamente, las universidades de élite estadounidenses, como Harvard, Yale y Princeton, admitían estudiantes principalmente por su origen social y conexiones familiares. Sin embargo, figuras como James Conant, presidente de Harvard de 1933 a 1953, impulsaron un cambio hacia la meritocracia, priorizando la inteligencia y el rendimiento académico sobre la herencia social. Se buscaba democratizar el acceso a la educación superior.
No obstante, este enfoque meritocrático ha tenido consecuencias perversas. La competencia intensa por ingresar a estas instituciones ha llevado a una sociedad dividida por la educación y la riqueza, favoreciendo a quienes pueden invertir significativamente en la preparación académica de sus hijos. Además, la dependencia de pruebas estandarizadas ha sobrevalorado la inteligencia académica, dejando de lado habilidades como la creatividad, la inteligencia emocional y las destrezas prácticas. El resultado es una clase dirigente que, con sobrada brillantez académica, carece de habilidades esenciales para liderar eficazmente en la sociedad: empatía y solidaridad.
¿Qué hacer? Redefinir el concepto de mérito más allá de las métricas cognitivas, promoviendo una educación más holística que forme individuos resilientes, curiosos y socialmente inteligentes. Crear un sistema más incluyente que reduzca la polarización social y ofrezca diversas vías hacia el éxito.
Todas las universidades debemos reflexionar sobre estas fisuras en el modelo meritocrático importado desde la Ivy League.