Perder el monopolio del relato

  • Prospectivas
  • Carlos Iván Moreno Arellano

Jalisco /

Desde las pinturas rupestres hasta las series más vistas en Netflix, la narración ha sido una actividad de las personas, un distintivo de la humanidad. Hasta hace poco. En la era de la Inteligencia Artificial, gradualmente y después de repente, perdemos el monopolio del relato.

A principios de este año, Amazon contaba con más de 200 libros electrónicos atribuidos a un peculiar autor o coautor: ChatGPT. Hoy esa cifra supera los mil títulos y creciendo; sin considerar a quienes ocultan la intervención algorítmica tras sus “creaciones”.

En el marco de la FIL de la Universidad de Guadalajara, un espacio que celebra el pensamiento y la riqueza de las narrativas humanas cabe preguntarnos: ¿qué implica que los algoritmos estén tomando el relevo en el arte de narrar?

El psicólogo Jerome Bruner sostenía que las personas entendemos el mundo de dos maneras: a través del pensamiento lógico, que organiza la realidad mediante estructuras coherentes y verificables, y del pensamiento narrativo, que busca dotar de significado nuestras vivencias. La IA es ya insuperable en lo primero. Su capacidad para procesar vastos volúmenes de datos, identificar patrones y generar textos coherentes es asombrosa. Pero, en el reino del pensamiento narrativo, carece de un componente esencial: la autenticidad que emerge de la experiencia humana.

Los relatos no son solo estructuras lógicas; son refugios de sentido. A través de ellos interpretamos el pasado, imaginamos el futuro y construimos nuestra identidad individual y colectiva. Cuando delegamos esta tarea a algoritmos, corremos el riesgo de perder algo más que historias bien contadas: dilapidamos nuestra capacidad de imaginar, de crear puentes de significado en una sociedad que sufre de aislamiento y polarización.

La IA puede ser una herramienta poderosa para complementar nuestra creatividad, pero no reemplazarla. Debe ser una aliada, no la protagonista. La narrativa no es solo una forma de explicar el mundo; es un acto de resistencia ante un vacío que amenaza con despojarnos de lo que nos hace humanos. Si delegamos nuestra capacidad de imaginar, ¿qué nos queda?

Que la FIL nos recuerde que el relato sigue siendo nuestro, y que hay territorios que, por más que avance la tecnología, debemos defender como inalienables. 


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