Cuando la identidad se convierte en el eje de la política, el desacuerdo ya no es sobre ideas o políticas públicas, sino sobre posiciones morales y luchas existenciales. Lo sucedido en el Senado de la República nos adentra en lo que el politólogo Yascha Mounk llama “La trampa de la identidad”.
En las sociedades contemporáneas -complejas y diversas-, la identidad adquiere una influencia dominante, transformando la arena pública, la polis, en lucha de bandos irreconciliables. Al igual que en otros temas controvertidos, el debate sobre la reforma judicial en México fue secuestrado por la identidad y el dogma. Posiciones inamovibles y absolutas, de tirios y troyanos.
El Poder Judicial es indefendible, cierto. Pero afirmar que la sola elección popular de jueces y magistrados va a acabar con la corrupción y la impunidad es, igualmente, indefendible. Entre estos extremos es donde se deberían construir los acuerdos.En política pública, aceptar la complejidad y los dilemas es esencial para la construcción de alternativas; imperfectas, pero colectivas.
Esta reforma no es la panacea, pero tampoco el apocalipsis de la democracia. Lamentablemente, aspectos clave como el equilibrio entre la “independencia judicial” y la “representatividad democrática” de los juzgadores nunca estuvieron en el debate. El centro de la discusión fue la identidad de los bandos: el pueblo contra las élites.
Cuando un gobierno va por todo y la oposición no propone nada, no hay espacio para la deliberación republicana. Cuando el debate parlamentario gira entre el “tengan pa que aprendan” y los “traidores a la patria”, no hay lugar para la construcción colectiva de reforma alguna. Como afirma Mounk, “si el debate se transforma en batalla de identidades, el objetivo ya no es encontrar soluciones compartidas, sino derrotar moralmente al oponente”. En eso andamos.
La reforma está consumada, habrá un nuevo sistema de justicia. Lo importante ahora son las leyes secundarias: minimizar deficiencias y asegurar la llegada de los mejores perfiles a la boleta. Cuando es la identidad lo que nos separa y no los problemas comunes lo que nos une, no hay futuro colectivo posible. Es tiempo de la buena política.