En los noventa, Peter Drucker, el visionario emprendedor que acuñó el concepto “sociedad del conocimiento”, vaticinó el fin de las universidades. Afirmó, tajantemente, que serían reconocibles únicamente como “reliquias” debido al impacto de la tecnología, especialmente Internet, que permitiría a estudiantes acceder al conocimiento desde cualquier lugar y momento.
Se equivocó. No solo permanecieron, sino que tuvieron uno de los periodos de crecimiento más grandes en la historia. Se adaptaron a la disrupción tecnológica de entonces.
Hoy, las universidades enfrentan otros desafíos apremiantes, producto de una nueva disrupción, la de la Inteligencia Artificial generativa (IA); pero acentuada por otros problemas como la desigualdad, la desinformación, el cambio climático, una grave crisis del humanismo y la consecuente erosión democrática (para muestra, la victoria de Donald Trump).
Nadie se atreve a vaticinar que las universidades desaparecerán, pero el reto es que sean capaces de transformarse para seguir siendo relevantes ante la policrisis y, sobre todo, frente a la IA que está redefiniendo todas las dinámicas sociales, políticas, económicas y educativas. La adaptación más apremiante de la universidad, paradójicamente, está vez no es la adopción tecnológica, sino la recuperación del humanismo.
Este nuevo humanismo no se ocupa solo de la vida humana, sino que reconoce el valor del medio ambiente y todas las especies. Implica formar no solo para el empleo y el bienestar individual, sino para la convivencia y el bien público. El humanismo en la universidad supone también reimaginar y revalorar la docencia, promoviendo dinámicas más activas y colaborativas, que fomenten el pensamiento crítico, la creatividad y la empatía.
Vivimos una época donde los dilemas son cada vez más complejos y requieren una formación sólida en valores cívicos y democráticos. ¿Qué responsabilidad tenemos las universidades hacia el bienestar de la sociedad y el planeta? Esta interrogante no se responde solo con conocimientos técnicos; requiere una perspectiva ética, histórica y filosófica que solo la universidad humanista puede proporcionar. Así imagino la universidad del futuro.