A finales de octubre de hace seis años, a unas semanas de tomar posesión, Andrés Manuel López Obrador publicó un video acompañado por Julio Scherer, quien sería su consejero jurídico, en el que anunciaba que una de sus primeras iniciativas sería una ley que terminaría con la actuación del gobierno como un órgano regulador.
“¿En qué consiste esta ley que queremos anunciar? —decía—Son muy pocos puntos, pero trascendentes, sustanciales. Por ejemplo, habrá un artículo en el que se describe, se anuncia la suspensión de la vigilancia y la fiscalización a establecimientos comerciales, mercantiles y de servicios; ya no habrá fiscalización a tiendas, empresas, talleres, consultorios, restaurantes. Del gobierno federal ya no habrá inspectores de salud, de economía, de medio ambiente, etcétera”.
La iniciativa se presentó los primeros días de aquel diciembre, se aprobó y se publicó, con todos los matices que la ley impone, en el Diario Oficial de la Federación a principios de 2020.
Pero la verdad es que el Presidente usó desde el primer día otros métodos para terminar con la supervisión de órganos gubernamentales sobre las cosas que él desde el gobierno decidía, además de achicar y maltratar al gobierno mismo. A López Obrador no le gusta el gobierno que regula, administra y supervisa. Menos cuando obstaculizan las cosas que él, es decir, el mismo gobierno, decide.
Recordemos que cuando fue jefe de Gobierno inauguró el absurdo de la licencia de conducir permanente. Conozco a muchos familiares peleados con sus padres mayores de edad que ya no pueden manejar, dicho por doctores, que argumentan que ellos tienen esa licencia y nadie les quita ese derecho, ni su salud.
Así fue el gobierno. Ni peticiones de manifestaciones ambientales, ni cansados y lentos procedimientos de licitación, ni demasiada planeación o análisis de los posibles beneficios o problemas de lo decidido: lo que él quiere se hace, porque a él lo eligió una mayoría. Encontró en el Ejército la mejor institución para hacer todo. Comenzó a topar con órganos autónomos que pedían información y tomaban decisiones que paraban o alentaban sus deseos y se fue contra ellos, contra todos antes aun de la reforma que pretende acabar con ellos.
Luego se topó con el Poder Judicial después de la salida de su amigo y cómplice y pues contra ellos, cómo no.
Hoy termina el sexenio de un gobierno, de un jefe de Estado que de alguna manera luchó seis años contra el gobierno y Estado mismo.