Nunca fue sencillo el panorama para Kamala Harris y el Partido Demócrata. Venía de la vicepresidencia de un Joseph Biden con niveles de aprobación muy bajos que, además, había estirado su supervivencia haciéndose candidato en condiciones físicas y mentales que ya no le daban.
La inflación y la migración, dos asuntos que Trump y los republicanos podían señalar como responsabilidad del gobierno de Biden —más allá de detalles técnicos que podían hacer de esa una afirmación falsa—, fueron los dos temas cruciales en la elección del martes. Siendo vicepresidenta, no podía apartarse de las decisiones y políticas de Biden.
Además, Harris llegó a la candidatura sin primarias. Y esas importan en Estados Unidos, porque es cuando personajes de relativo bajo perfil, como Kamala, tienen la oportunidad de darse a conocer, debatir con sus copartidistas, probar lo que funciona y lo que no.
Frente a ella tenía una maquinaria aceitada y poderosa, más allá de las resistencias e indisciplinas de su líder, ampliamente documentadas. Desde hace casi una década, cuando decidió por primera vez meterse a la política, el movimiento conservador, muchos empresarios con billones en sus cuentas, grupos religiosos vieron en su popularidad una oportunidad en la que han trabajado desde entonces para apropiarse del Partido Republicano y hacerlo crecer en lugares que antes eran claramente demócratas.
Suerte para ellos que encontraron un partido disminuido y en problemas desde la fallida segunda presidencia de George Bush y los ocho años de Barack Obama. Cambiaron el rostro y el carácter del partido. Uno que hoy es el partido de la clase trabajadora y, hay que decirlo, muchos latinos. Lo que era el partido rival.
Su derrota en 2020, en buena parte por las consecuencias por su manejo de la crisis del covid, terminó creando un movimiento de conspiradores y soldados de la causa que llevan cuatro años trabajando para lograr lo que sucedió el martes. Esa marea roja.
El trumpismo y la crisis de los partidos políticos tradicionales han cambiado el rostro de la democracia estadunidense.
Como siempre, cuando estas cosas suceden, uno lee que no es para tanto, que no podrá hacer lo que ha dicho en campaña, que era puro rollo para lograr votos. Pero es el camino, más allá de su velocidad o magnitud. Lo veremos.