“Mi palabra favorita en el diccionario es ‘aranceles’”, repitió Donald Trump en campaña una y otra vez.
Aranceles es su arma favorita para, según él, arreglar cualquier asunto: sea el del tráfico de drogas, la migración, quedarse con Groenlandia (castigando a Dinamarca), controlar a China, rehacer la relación con la Unión Europea o la relación con Canadá y con México.
Es la nueva arma del imperio.
Estados Unidos es el mayor importador de bienes del mundo. México, China, Canadá, Japón y Alemania son los países que encabezan la lista. De la Unión Europea en su conjunto, EU importa más que de China o México (datos del gobierno estadunidense).
Para otros países, el mercado estadunidense sigue siendo muy importante. La tercera parte de las exportaciones colombianas al mundo va a Estados Unidos, por ejemplo.
La “negociación” o extorsión del fin de semana entre Donald Trump y Gustavo Petro fue muy, demasiado pública, pero no es la primera vez que el habitante de la Casa Blanca hace algo así y tal vez esta obsesión viene de algo que aprendió hace unos años, durante su primer cuatrienio como presidente cuando “negoció” o, más bien, extorsionó a México.
La historia de aquel episodio se ha contado en libros —incluido el del ex secretario de Estado Mike Pompeo— y aunque la parte mexicana ha querido desmentirla, los hechos cuentan la historia.
Fue una negociación secreta en la que México pidió, cuenta Pompeo, que no se hicieran públicos los compromisos adquiridos: “El plan de Ebrard era simple: México aceptaría en privado permitir que Estados Unidos devolviera a casi todos los migrantes que transitaban por México a EU para solicitar asilo. Su principal petición fue la siguiente: él no firmaría nada y no habría ningún anuncio público sobre este plan (…) el gobierno mexicano logró así guardar las apariencias; era libre de quejarse de nuestra política (migratoria) y de fingir que no lo había suscrito”.
Producto de aquella negociación es que miles y miles de soldados mexicanos se han convertido en el verdadero muro de Trump en la frontera sur. Después de aquel éxito, es lógico que Trump ame lo de los aranceles. Eso sí, para el país extorsionado que sea todo a la calladita, con posibilidad de negarlo —no se rían—, cosa que Petro al parecer no entendió.