Vamos a suponer que usted es abogado. Eso estudió, no estuvo fácil, horas de lectura, de clases, de preparación –no todos, unos se titulan en la cúspide, o cómo era–, luego una tesis –la inmensa mayoría, usted ya sabe qué pasa con otras tesis–.
Por fin, un día se logra. Abogado titulado. No está mal, el grado y el conocimiento dan oportunidad.
Dicen los datos oficiales que hay casi medio millón de abogados en México, es la segunda carrera con más alumnos después de administración, pero chamba para abogados, en este país, hay.
Entonces resulta que el gobierno y el Congreso se empeñan y hacen una reforma al Poder Judicial. En el centro de la reforma está que los jueces, magistrados y ministros serán electos. Pero la reforma es más que eso, hay un nuevo órgano de disciplina, se cambian reglas de la carrera judicial y otros procedimientos.
Pero supongamos otra vez que usted es abogado y dice, pues vamos viendo, sí se me antoja.
Sucede que cuando usted quiere ver cómo está la cosa, pues no está muy clara. Y cuando uno va a pedir o aceptar un trabajo quiere saber cómo va a estar la cosa, normal.
Resulta que apenas unos días antes de que se entregue la convocatoria, el gobierno manda unas iniciativas para que se regulen varias y serias cosas sobre cómo funcionará el Poder Judicial. Incluida la carrera judicial y el tribunal que lo sancionará.
Pues sí estaría bien eso de ser juez, pero de qué se va a tratar, cómo va a estar la cosa en el día a día, qué onda con el tribunal sancionador, con mi carrera a largo plazo. Eso sin contar que usted, suponiendo que es abogado, estaba dispuesto a cumplir las reglas de hacer una campaña… sin campaña. Aunque con sus amigos ya había planeado caminar casa por casa en su ciudad para promoverse y repartir miles y miles de papelitos con sus propuestas y su perfil para que alguien se enterara quién es.
Con todo y eso, usted, abogado, motivado, quiere participar. Hasta que una noche, cenando con una amiga, ella le recuerda que cada vez que algún juez decide algo que no le parece al gobierno, es exhibido en la mañanera como un traidor o un corrupto, o peor.
Esa noche, se queda pensando. Si no hago lo que ellos quieren, aunque sea lo que la ley dice, ¿me van a decir de cosas? ¿Me van a exhibir en la mañanera?
Esa duda razonable hace que concluya, mejor no, me quedo con la chamba que tengo por lo pronto.