El 12 de octubre de 1992 fueron conmemorados los quinientos años del descubrimiento de América. Significó un parteaguas en nuestra relación con esa fecha. En México hubo marchas de protesta en todas partes. La de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, reunió a miles de indígenas, muchos de los cuales tomaron las armas un año después con el EZLN. Hoy cumple quinientos años de robo, muerte y destrucción el pueblo indígena, decía una de sus mantas. 12 de octubre, día de la desgracia, decía otra. El descubrimiento, en efecto, antecedió a la conquista y a la colonización del continente, que fue una tragedia para los pueblos originarios de América. Una hecatombe. Aquí mismo, en el territorio que hoy es nuestro país, los indios fueron diezmados por las epidemias, las guerras, las hambrunas, las deportaciones. Sufrieron cambios inimaginables por su brutalidad. Pueblos enteros desaparecieron para siempre de la geografía y de la historia. El trauma vivido entonces fue de tal magnitud que aún perdura en sus descendientes.
Es importante hacer un acto de reflexión y contrición en la fecha que recordamos el descubrimiento de América, seguida por la llegada de los conquistadores a las costas de Veracruz. Esa era en principio la intención de la carta que el presidente de México envió en 2019 al rey de España. Pero el contenido, el tono y el destinatario eran equivocados. México, decía la carta, “no pide un resarcimiento del daño en pecuniario de los agravios que le fueron causados por España ni tiene el propósito de proceder de manera legal ante los mismos”, pero quiere, agregaba, “que el Estado español admita su responsabilidad histórica por esas ofensas y ofrezca las disculpas o resarcimientos políticos que convengan. Por ese motivo, Su Majestad, las actuales autoridades mexicanas elaboran un pliego de delitos que exhibirán ante el Reino de España antes de que finalice el año en curso”. Cuando la carta fue filtrada por la prensa, hace cinco años, escribí aquí que, si la intención parecía buena, el contenido era cuestionable y el tono inadecuado, sobre todo a la vista del objeto que proponía la misma carta: “superar en forma definitiva los desencuentros, los rencores, las culpas y los reproches que la historia ha colocado entre los pueblos de España y de México”. ¿Era esa la forma de superarlos? La carta no convocaba al rey de España a reflexionar sobre la tragedia de la conquista, junto con el presidente de México. Le exigía una disculpa. ¿Con qué autoridad moral? El destinatario de la misiva pudo haber sido, de hecho, el propio presidente, heredero de los conquistados, pero también de los conquistadores, como representante del Estado en México. Hoy mismo, los pueblos originarios del país viven marginados y empobrecidos, a más de dos siglos de la Independencia. ¿Quién tiene que pedir perdón?
Las raíces de lo que somos —nuestra lengua, nuestra religión, nuestra comida, nuestras ciudades— están radicadas en la Colonia. Los liberales, sin embargo, negaron esa herencia durante la Reforma, que fue negada de nuevo por la Revolución. La consecuencia es que nos conocemos mal. ¿Quién de nosotros puede describir en una cuartilla sustantiva —con nombres y fechas— lo que nos sucedió en esos tres siglos, que son esenciales en nuestra historia?