Benito Juárez nació el 21 de marzo de 1806 en San Pablo Guelatao, un pueblo de no más de veinte familias, todas zapotecas, al sur de la Sierra de Ixtlán, en Oaxaca. Su historia es extraordinaria. A los tres años quedó huérfano de padre y madre, y a los doce años huyó del hogar que formaba su tío para marchar a pie hasta la ciudad de Oaxaca, donde llegó a la casa en la que trabajaba su hermana, propiedad de un comerciante oriundo de Italia pero fincado en México llamado Antonio Maza. Era un joven que hablaba solo zapoteco, que no había ido jamás a la escuela. ¿Cómo es posible que un muchacho así, que ya grande no entendía el español, que no sabía leer ni escribir, tuviera el destino que tuvo? Pues unos años después sería gobernador de Oaxaca, titular de la Suprema Corte de Justicia, ministro de Gobernación y presidente de la República, puesto que conservó por el resto de su vida, luego de vencer en la Reforma, la Intervención y el Imperio. ¿Cómo es posible? Ralph Roeder elude esa pregunta en Juárez y su México. También Brian Hamnett en Juárez, el benemérito de las Américas. Igual que Rafael de Zayas Enríquez en Benito Juárez: su vida, su obra. Ninguno de sus más notables biógrafos despeja el misterio de Juárez.
Quiero aquí proponer que la respuesta a ese misterio es… un insecto. La intendencia de Oaxaca, a pesar de no tener minas, fue una de las más prósperas de la Colonia. “Había un artículo que desde tiempo atrás había tomado colosales proporciones”, escribió Manuel Martínez Gracida, el historiador oaxaqueño del siglo XIX. “Era el de la grana”. La cochinilla de nopal, cultivada en todos los hogares, fue uno de los productos más valiosos de la Nueva España. Llegó a su auge a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX –es decir, en el momento que llegaron al mundo los oaxaqueños que transformaron México.
La naturaleza de la conquista en Oaxaca, pacífica en comparación con la que ocurrió en otros lugares, significó que las comunidades que colaboraron con los conquistadores recibieron autorización para conservar su patrimonio. En esas condiciones pudieron prosperar con una economía basada en la producción de nopales de cochinilla, el insecto que servía para elaborar la grana, una de las tinturas más codiciadas en Europa. La base de la economía de Oaxaca, así, no fue la minería, una actividad que concentraba la riqueza en manos de un empresario, por lo general español, sino la grana, cultivada no por los españoles sino por las comunidades, sobre todo las zapotecas y las mixtecas. “Desde hace tres siglos, el indio saca de este producto sumas inmensas”, señaló Désiré Charnay, el viajero francés del siglo XIX. Había entre los indígenas del estado, gracias a la grana, algunos que eran ricos, amos de tierras, dueños de animales. Como la familia de Miguel Méndez, zapoteca de la Sierra Norte, y la de Marcos Pérez, el primer indígena en ocupar el gobierno de Oaxaca, cuyo padre “tenía algunas proporciones”, según su discípulo Porfirio Díaz. Y como la familia de Benito Juárez, que poseía ovejas, que cultivaba la cochinilla en San Pablo Guelatao. El propio Benito estuvo dedicado al cuidado de la grana en casa de los Maza, antes de ingresar al Seminario Conciliar, donde inició el ascenso que lo llevó a lo más alto en México.
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