El lunes pasado, hacia las 10:40 de la mañana, Facebook dejó de funcionar, al igual que Instagram y WhatsApp. El apagón duró alrededor de seis horas. Más de tres mil quinientas millones de personas resultaron afectadas en todo el mundo. Fue una molestia para la mayoría de los usuarios, pero algo mucho más grave para los millones de personas que dependen de esas plataformas para manejar sus negocios o tener contacto con sus familias, si están lejos. El corte del lunes puso de relieve nuestra dependencia, gigantesca y alarmante, en Facebook y sus propiedades, como Instagram y WhatsApp.
Facebook fue creado en 2004. Todos vieron entonces esa empresa con optimismo. Elogiaron la capacidad de la red de reinventar el activismo social, al movilizar con facilidad a miles de personas para lograr más libertades frente al Estado. Hubo un movimiento en esa dirección en países tan diversos como Moldavia, Irán, Túnez y Egipto. Era evidente el papel que desempeñaron las redes sociales en todas esas manifestaciones en favor de la libertad. Ellas empoderaban tanto a los opresores como a los oprimidos, sin duda, pero no en la misma proporción: ofrecían más elementos a los oprimidos que a los opresores.
El optimismo desapareció después. Las noticias falsas empezaron a dominar las redes sociales. Ellas han existido siempre, pero la velocidad y la amplitud de su propagación era solo explicable por las plataformas digitales de las empresas que dominaban el espacio de la información, entre ellas Facebook. En 2016, por ejemplo, durante las elecciones en Estados Unidos, unos 126 millones de sus usuarios estuvieron expuestos a la propaganda que fabricó Rusia para favorecer a Trump. Así lo reconoció la empresa de Mark Zuckerberg.
La propagación de noticias falsas no es incidental a Facebook. Es parte de su modelo de negocio. Facebook construye un espacio interesante para que las personas pasen ahí su tiempo, conviviendo unas con otras; cuando ya son muchas, y están cómodas en el espacio donde se encuentran, Facebook les permite el acceso a las empresas para que interactúen con ellas y les vendan sus productos; al final, Facebook encuentra la forma de hacer que esas empresas le paguen dinero para llegar a todas esas personas, sus usuarios. La clave de todo es que las personas estén interesadas por lo que ven y leen, y que no se aburran (pues si se aburren, se van). Y es un hecho que las noticias falsas (alarmantes, escandalosas) son más interesantes que las noticias verdaderas (por lo general grises, aburridas). Facebook las privilegia, aunque no sean ciertas, con el fin de mantener cautivos a sus usuarios, y poder venderlos a sus clientes.
Más allá de las noticias falsas, Facebook sabe que muchas de sus plataformas hacen daño (como Instagram entre los adolescentes, a quienes expone). Pero lo acepta, pues hace dinero con ellas. No es el caso de WhatsApp, que desde 2014 pertenece a la compañía. Es quizás la app más popular de todas las que tiene (más de dos mil millones de personas en el mundo usan WhatsApp para enviar mensajes o hacer llamadas) pero la app apenas genera dinero para Facebook. Esto es así porque WhatsApp es una aplicación de comunicación personal, fundamentalmente. No embona con el modelo de negocios de Facebook.
Investigador de la UNAM (Cialc)
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