Los juegos de Olimpia fueron celebrados por primera vez hace cerca de tres mil años, en 884 antes de Cristo, por iniciativa del rey Ifitom, soberano de Élida, en el Peloponeso, donde está situada la ciudad de Olimpia. Las justas de Ifitom eran hechas en honor a Zeus. Constaban entonces de una sola prueba: una carrera por el estadio, marcado con piedras pintadas de cal, que tenía una longitud de 192 metros, a la que luego fueron añadidas dos pruebas más en ese mismo recorrido: la diáulica (ida y vuelta) y la dólica (doce veces ida y vuelta). Hacia 708 hizo su aparición el pentathlon, que comprendía la carrera, la lucha, el salto, el lanzamiento de disco y el boxeo (es decir, el pancracio, conocido por su despiadada brutalidad). Las pruebas clásicas del olimpismo. Hoy en día son más de trescientas disciplinas en veintiocho deportes diferentes, tan distintos como la equitación, el judo, la vela, el atletismo, la esgrima, el bádminton y la natación (aunque han dejado de ser parte de los Juegos Olímpicos –lástima– el jai alai y el polo, que estuvieron presentes en las Olimpiadas de París en 1924).
Los juegos de Olimpia eran celebrados entonces, como ahora, cada cuatro años, en el verano, al pie del monte sagrado de Altis. Duraban una sola jornada, aunque con el tiempo fueron ampliados para durar cinco días, en los que acabó incluida una prueba más: la carrera de cuadrigas. Los vencedores, proclamados al finalizar el quinto día, recibían como premio una rama de olivo, cortada por los sacerdotes de Ifitom en las márgenes del río Alfeo, en Olimpia.
Participaban en las competencias de la antigüedad los helenos, los dóricos y los arcadianos, pues los bárbaros, en un principio, estaban excluidos. Los atletas gozaban de una fama rara, incluso en nuestros días. Muchos fueron celebrados en las odas del poeta Píndaro. Uno de ellos, Milón de Crotona, el luchador, fue recordado un siglo después de su muerte por Herodoto, quien menciona en sus Historias (libro III, párrafo 137) que su fama había llegado hasta las calles de Susa, la capital de Persia. Los juegos de Olimpia fueron así celebrados, sin interrupción, durante mil doscientos sesenta y nueve años, hasta el verano de 385 de nuestra era, en donde resultó vencedor en la competencia de boxeo un bárbaro, el armenio Varasdate. El mundo, por fin, había irrumpido en Olimpia, que durante siglos había estado reservada para Grecia.
Pensaba yo que los juegos de Olimpia fueron suprimidos en 394 por el emperador Teodosio el Grande, con su famoso edicto, como parte de una ofensiva cristiana contra el paganismo de Grecia. Así lo dije en un artículo similar a este, en MILENIO. Me corrigió Carlos Hernández Schäfler, presidente de la Academia Olímpica Mexicana, quien me hizo llegar un libro notable por sus detalles y sus imágenes, escrito por Carlos Durántez Corral: El emperador Teodosio I el Grande y los juegos de Olimpia. “Los juegos se fueron extinguiendo paulatinamente en importancia, notoriedad y medios, provocando un incierto final… la extraña cancelación total de una tradición milenaria”. Las fuentes callan al respecto. El único dato cierto es la decisión de Teodosio II de destruir los templos paganos, sin que Teodosio el Grande haya emitido nunca una ley contra los juegos de Olimpia.