Cultura y violencia

Laguna /

En esta semana, hemos conocido tres hechos alarmantes que, aunque ocurrieron en contextos geográficos y culturales distintos, comparten un hilo conductor: 

la violencia extrema contra las mujeres y la normalización de estas prácticas en distintas sociedades.

En Francia, un hombre drogó a su esposa durante años, permitiendo que otros hombres la violaran; en Uganda, la atleta olímpica Rebecca Cheptegei fue quemada viva por su marido frente a sus hijos; y en España, dos hombres, uno de ellos futbolista profesional, fueron liberados bajo medidas cautelares tras ser acusados de agresión sexual de unas jóvenes que fueron drogadas y abusadas.

¿Por qué, a pesar de la creciente conciencia sobre la violencia de género, siguen ocurriendo estas atrocidades? ¿Cómo es posible que el consentimiento se manipule para justificar la agresión sexual, o que la justicia no proporcione respuestas contundentes?

Problematizar estos hechos implica cuestionar la raíz cultural de la violencia. 

Para abordar estos patrones, necesitamos replantear profundamente nuestras concepciones sobre poder y consentimiento.

En lugar de enfocarnos únicamente en respuestas punitivas, debemos entender cómo se construyen y reproducen las narrativas de subordinación y deshumanización que permiten que tales actos de violencia ocurran.

El Eurobarómetro de 2016 reveló que casi uno de cada tres considera que ciertas formas de violencia pueden ser justificadas bajo determinadas circunstancias.

Este tipo de justificación refleja una narrativa cultural que tiende a minimizar o incluso justificar la violencia cuando se considera que esta encaja dentro de ciertos parámetros “aceptables” establecidos por las normas sociales.

Algunos de los acusados de violación en el caso de Francia, afirmaron que al ser un acto consentido por el propio esposo no existía ningún problema.

Judith Butler, en su reflexión sobre performatividad de género y violencia, argumenta que las normas sociales no solo dictan comportamientos aceptables, sino que también construyen y mantienen jerarquías de poder que permiten que ciertas violencias se perpetúen.

El lenguaje y las normas actúan como mecanismos de control que legitiman la violencia contra cuerpos considerados “menos dignos” o “inferiores”.

En los tres casos mencionados, vemos cómo estas normas operan: el consentimiento se distorsiona, la dignidad de la víctima se cuestiona y la violencia se justifica o minimiza en función de quién ejerce el poder.

Transformar la espiral de violencia en una espiral de paz requiere cuestionar y reconstruir las normas sociales que perpetúan el abuso, educar para la empatía y la igualdad, crear sistemas de justicia que respondan de manera efectiva y no sólo punitiva.

Las bases de la violencia se encuentran en formas culturales concretas y en dinámicas específicas de poder.

@perezyortiz

  • David Pérez
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